viernes, 20 de julio de 2012

CUANDO CALLA UNA GUITARRA MAYOR


César Lévano


Carlos Hayre Ramírez, maestro y renovador de la guitarra popular del Perú, ha muerto. Lo ha victimado su antigua diabetes. Esta muerte me hiere en plena aorta, porque fuimos, junto con Manuel Acosta Ojeda, muy amigos, desde principios de los años 60 del siglo XX. Adolescentes aún, Carlos y Manuel habían compuesto ese valse asombroso que es “Adiós y sombras”. 

La muerte de Carlos me sorprende más porque hace apenas dos semanas estuvimos juntos en la celebración de su 80 cumpleaños. Fue en casa de Enrique Galdós, en una reunión íntima en que estuvieron también Lucho Justo, el director de “Cuadernos Musicales” (joya en partituras limeñas y andinas); el musicólogo Roberto Wangeman; Rosa Guzmán (hija de Tato, quien fue el mayor intérprete de pasillos en el Perú y Ecuador), y Rosa, la hija de Hayre. 

 Recuerdo que en los intensos años 60 solíamos reunirnos en mi casa en jaranas de antología con Pablo casas, Hayre, Acosta, Carlos Montañez, discípulo de Carlos, Nicomedes Santa Cruz, Alicia Maguiña, Augusto y Elías Áscuez, y otras catedrales de la canción popular. 

 Con Carlos y Manuel a veces nos amanecíamos escuchando grabaciones, en particular de los argentinos Atahualpa Yupanqui, Eduardo Falú, “El Chango” Rodríguez. 

Carlos tendía a escuchar, más que a hablar. Pensé a veces que Hayre no necesitaba expresarse en palabras, puesto que lo hacía muy bien con la guitarra. ¡Pero que manera de hablar cuando, en madrugadas culminantes, emigrados ya otros invitados, rompía a explicar la evolución de la Música latinoamericana, que conocía a fondo. Muy joven había vivido y trabajado en el Caribe. Pocos saben que como arreglista y director grabó en Lima Música tropical, con tal calidad que uno cree estar escuchando una orquesta de Cuba o Puerto Rico. 

Partió Carlos del estudio de guitarra clásica, de modo que cuando incursionó, con su carnal Acosta, en las jaranas de barrio pudo enriquecerlas con nuevos acordes. Abandonó el túndete, pero a algunos grandes de la Música criolla les aconsejaba no dejar la ejecución tradicional. 

Con Carlos, Manuel y el huanca César Villanueva, el mayor bailarín de huaylarsh que haya procreado la tierra, solíamos ir los domingos al Coliseo Nacional. Desde entonces supe que Carlos –como los Áscuez, como Pablo casas– no era ajeno a las vibraciones de la sierra. 

Hay una anécdota que circula mucho respecto al día en que Carlos y Manuel entraron a un restaurante. El dinero solo les alcanzaba para un plato de frejoles con arroz. Para completar la paila, Carlos se acercó a la Ventanilla de la cocina, y pidió al cocinero chino un poco de “langoi”, es decir, de sobras, “para mi perrito”. 

“Pero échale bastante ají”, especificó el maestro. “¿Cómo? ¿Su perrito come ají?”. Carlos replicó: “Sí, porque mí perrito es norteño”.

La Primera, 20 de julio de 2012

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