martes, 1 de mayo de 2012

¡JUNTOS SÍ PODEMOS!






Desde el seno de la misma clase obrera y de los trabajadores del mundo que hoy, 1 de mayo, hicieron de su efemérides un día de combate, ha salido la respuesta que la burguesía internacional no esperaba: el día internacional de los trabajadores no puede ser reducido a un ritual, a un recuerdo idóneo para la fanfarria, a un simple día feriado. El espíritu de las jornadas de Chicago en mayo de 1886, con el que la clase obrera despertó a la lucha política ha tratado siempre de ser desvirtuado o caricaturizado, pero hoy, desde diferentes puntos del orbe, azotados por la crisis del capitalismo y las políticas de ajuste que se orientan a hacer más ricos a los ricos y más pobres a los pobres, los trabajadores: hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, le dijeron ¡No! A sus burguesías y a sus gobiernos, al FMI y al Banco Mundial y a sus poderes mediáticos. No están dispuestos a ser llevados al cadalzo de políticas hambreadoras, pero sí están listos para asumir posiciones unitarias que hagan retroceder al capital en ésta su enésima crisis estructural. ¡Juntos sí podemos! fue la consigna de batalla, que expresó en calles y plazas esa vocación de unidad.

Tenía razón August Theodore Spies, uno de los ajusticiados por el capitalismo luego de las jornadas de Chicago: “La voz que vas a escuchar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora” fueron sus palabras premonitorias al pie de la horca. Las consignó José Martí en noviembre de 1887, corresponsal del diario La Nación de Buenos Aíres y testigo del ahorcamiento de los 5 líderes del movimiento, incluyendo a Spies. Fue uno de los grandes crímenes del capitalismo que mostró al mundo todo lo que era capaz de hacer para defender sus intereses: la burguesía y sus autoridades a sueldo no contentos con reprimir a sangre y fuego a los manifestantes armaron un complot y una farsa de juicio para deshacerse de los dirigentes.

¿Qué buscaban los huelguistas de mayo en Chicago? Las 8 horas de trabajo. El capitalismo norteamericano había impuesto jornadas hasta de 18 horas, pero no contó con la reacción de los trabajadores, con el peso cuantitativo y cualitativo de los obreros en movimiento. La confrontación estaba declarada: el capital contra el trabajo, la burguesía contra la clase obrera. La victoria de la burguesía norteamericana en mayo de 1866 fue pírrica; a la larga, los trabajadores conquistaron las 8 horas de trabajo – que el capitalismo salvaje ha vuelto a burlar en los marcos del neoliberalismo- pero lo más importante para el desarrollo del movimiento obrero y popular fue la interiorización de la fuerza de su unidad, de la trascendencia internacional de la clase obrera como clase, y la posibilidad histórica por parte de estas fuerzas de poder construir un mundo diferente: el socialismo, como alternativa al capitalismo.

La bancarrota del socialismo realmente existente en los años 80 y los cambios drásticos que ello acarreó en la correlación de las fuerzas a nivel mundial llenó de soberbia a la burguesía, más de uno consideró que efectivamente, habíamos llegado al fin de la historia y a la preeminencia del capitalismo por los siglos de los siglos, como lo predicaba un filósofo norteamericano. Sin embargo, la fuerza de los hechos alumbrados por las mismas contradicciones del capitalismo, presente hoy en la crisis europea como ayer en Asia, están mostrando al mundo que la última palabra en el desarrollo de las civilizaciones no está dicha. Que desde las propias entrañas del orden prevaleciente van surgiendo fuerzas contrarias que están desestabilizando el sistema y arrojando a la lucha a los esclavos de ese orden. Los indignados europeos que colmaron plazas y calles en los últimos meses, los miles de miles de manifestantes de hoy que con sus banderas y cánticos le dijeron al planeta entero que están en pie de lucha contra los expoliadores de siempre, constituyen hoy por hoy la lava social que la crisis del capitalismo ha arrojado al escenario de la lucha de clases.

Del cómo esos miles de miles de manifestantes asuman sus responsabilidades del presente y del futuro, y del cómo sobre todo avancen a entender los desafíos políticos que tienen por delante en el que la lucha por un nuevo orden social y una nueva civilización sea el eje de sus movimientos, dependerá de que el espíritu de las jornadas de Chicago se haga realidad.





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