miércoles, 25 de abril de 2012

SAMPIETRI EN VIAJE AL INFINITO



Foto: Elbita Vásquez Vargas


Justo Linares Chumpitaz

El fallecimiento de Julio Fairlie Silva, ocurrido el martes 24 en Punta Negra, pone fin a una vida de leyenda. Dibujante genial, creador incomparable, humorista excepcional y aventurero sin fronteras, hizo de su existencia de 89 años una verdadera caricatura. Pudiera encontrarse el éxito de su talento en su propio espíritu que fue una mezcla de travesura e inocencia. En una palabra, jamás dejó su alma de niño, incapaz de una maldad, lejano al rencor. Fue el alma del Diario Última Hora. El lugar que le corresponde en esa publicación considerada la más querida en la historia del periodismo peruano, solo tiene espacio al nivel que tuvieron los más grandes, es decir Raúl Villarán, Lucho Loli, la replana y “Chinos como Cancha…”.

Su lápiz no cupo sino en Baquíjano, como genéricamente se conoce al complejo periodístico formado por “La Prensa”, UH y la revista “Siete Días”. Sus trazos llenaron particularmente toda la vida de UH, entre 1950 y 1984. Fueron malamente expulsados de esas páginas por los confiscadores que en julio de 1974 ocuparon dicho vespertino por encargo de la dictadura militar. La sala de Redacción de Última Hora parecía vacía sin su presencia. Jamás dejó de llegar sin una anécdota que era uno de los mil pasajes de su vida diaria que él adornaba con una facilidad para la gracia y la risa. El acento mistiano y los modismos lingüísticos que utilizaba, hacían inútil que dijera que era un cholo arequipeño, de ascendencia irlandesa.

A pesar de la tremenda popularidad de su principal creación, Sampietri, él pasaba desapercibido en cualquier calle de Lima. Era de caminar a trancos largos, siempre provisto de calzado de minero. Fácilmente pudo haber prestado su figura para representar al Quijote. Alto, enjuto, algo jorobado y tan delgado que se decía que era “el Rayos X ambulante”; anteojos propios de un miope severo. Alguien en la fábrica textil “Maranganí” donde se desempeñó en su juventud, descubrió que Julio tenía notable facilidad para el dibujo. Fue convencido a probar suerte en ese rubro, en Lima. En la capital pasó las de Caín antes de participar en la convocatoria hecha por Eudocio Ravines en busca de un dibujante para “La Prensa”.

Ravines era un hombre de malas pulgas. Tenía excepcional facilidad para maltratar a quienes trabajaban a su lado, de modo que cuando Fairlie le mostró los dibujos con los cuales concursaba, le dijo una grosería y le espetó una hiriente expresión: “¡Oiga usted váyase…No haga cojudeces. Dedíquese a otra cosa!” Mientras se retiraba, Fairlie caricaturizó a Ravines poniéndole orejas de burro y una leyenda: “Este no sabe nada de dibujo”. El conserje que recibió el trazo lo llevó al aludido y éste, a toda prisa gritó: “Este es el dibujante que quiero. Que pase”. Julio había ganado la calle. Corrieron tras él y lo trajeron de vuelta. Fue así como se enganchó a la magia del periodismo diario en “La Prensa” y UH.

Ravines encontró en Fairlie al hombre adecuado para sus planes. Acababa de convocarse a elecciones generales cuando UH salió a las calles. Ese era el tema fundamental que el dibujante desempeñaba. Pero su tarea abarcó a ilustrarlo todo en las páginas del Diario, desde la creación del logotipo del periódico hasta el dibujo de los titulares de gran magnitud. El punto cumbre de su carrera ocurrió el 9 de diciembre de 1950 cuando recibió dos órdenes del exigente y temperamental Raúl Villarán. Primero, dibujar el titular de portada que marcó toda una época en el periodismo nacional, el “Chinos como Cancha…”. Y, segundo, al mandarle que dibujara una “tira cómica” con un personaje tipo de esa época, “Sampietri”, limeño zampón, vivo, criollo y sableador.

El enorme éxito que obtuvo Villarán catapultó su figura al Olimpo en que moran los semidioses del periodismo. A la vez, entornilló a UH en la casi idolatría del pueblo peruano. Sampietri pasó a ser el emblema de la picardía limeña. Su aparición y el éxito redondo animó a Raúl a formar una “escuelita” de dibujo. Llamó a concurso de donde salieron otros personajes insignes, “Serrucho” (David Málaga) y “Chabuca” (Luis Baltazar Pais de la Oliva).

Villarán relanzó el periódico el 13 de setiembre de 1952. Una de sus más trascendentes innovaciones fue la publicación de seis nuevas “tiras cómicas”, con personajes peruanos y que reemplazaron a los “cartones” importados de los Estados Unidos. Acunaron en UH Serrucho, Chabuca, Boquellanta, Yasar, La Cadena de Oro y Cántate Algo. En homenaje a este inigualado hecho, la Asociación de Historietistas del Perú designó al 13 de setiembre de todos los años como “Día de la Historieta Nacional del Perú”. Fairlie se anotó otro punto a favor. Dibujó el nuevo logotipo del Diario, incorporando a él, por primera vez en la historia del periodismo nacional, a un personaje querido, inolvidable y fundamental en la difusión de los diarios, el canillita.

Mientras tanto, Julio continuó haciendo magia diaria. Convertía cualquier papel que encontraba a la mano en un excelente dibujo listo para su publicación. Suya es una excepcional innovación, el uso del “clissé” como base para hacer las sombras requeridas por sus dibujos. La vida de este gran dibujante no estuvo exenta de algunas ingratitudes. La mayor de ellas fue, tal vez, la increíble prohibición que los directivos del Diario aplicaron a la tira de Sampietri cuando una empresa mexicana pidió autorización para llevar al personaje a los diarios de todo el mundo que lo requirieran. La amargura le pasó tan rápido como un resfrío. A propósito, aquejado por el asma que le quitaba la respiración, adquirió en 1964 un terrenito en Punta Negra. Construyó allí la casa donde se mudó definitivamente en 1993. La cercanía al mar y una exigente costumbre de nadar a diario en el océano, le valieron salir de las garras del terrible mal bronquial. Aquella casa podía ser fácilmente identificada pues en lo alto lucía la imagen inmortal de Sampietri, en madera triplay silueteada.

Fue allí donde le ha encontrado la muerte. Este año se hizo eco de su destino cercano y se recluyó en un cuarto oscuro. Decía huir de la luz porque ella le hería. Cuando a fines de enero le visitamos con Roberto Salinas, José Cabada y Daniel Moore para entregarle el libro sobre UH que acabábamos de publicar, él lo aceptó con evidente gratitud pero hubo un motivo que le impidió ojearlo: había contraído, también, repulsión al papel. Irónico fin de este gran hombre que vivió aliado a la luz y el papel. Nos quedó solo comprender que él estaba pronto a recibir lo ineludible, estar junto a Bertha, su esposa quien le adelantó en el camino. Dios ya lo tiene a su lado, En tanto, nuestros respetos a sus familiares representados por sus hijos Mercedes, Tommy, Julio y Roberto. El lápiz, el dibujo, la caricatura, Sampietri y su sobrino, Puchito, están en la dolorosa hora del duelo. Paz eterna en su tumba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario