viernes, 24 de septiembre de 2010

SUSANA VILLARÁN





Carlos Olazo Sillau


Susana Villarán encarna el “factor sorpresa” de estas elecciones. Acostumbrados como estamos -desde que el sistema de partidos políticos entró en crisis- a estos escenarios, la incógnita previa era quién lo representaría esta vez y en qué magnitud. Nadie anticipó que podía ser esta militante de la izquierda moderada, ni en esta forma tan espectacular, mucho menos. Más aún cuando la previa polarización, notoria, evidente y para la mayoría irreversible, se presentaba entre dos candidatos de la derecha.

La irrupción y el encumbramiento de Susana, modifica el escenario político limeño y tal vez nacional, pero solo en parte. Por ahora sólo involucra al espectro electoral-municipal-limeño. Sin descartar un posible desarrollo ulterior, sería erróneo considerar ya este fenómeno como un reordenamiento de la correlación de fuerzas políticas y sociales. Veamos el porqué.

La gran mayoría del electorado limeño, lo mismo que en todo el país, vota por candidatos y no por tendencias políticas o doctrinales. Esta confirmación, reiterada una y otra vez por la experiencia, desautoriza afirmaciones como las que se hacían algunas décadas atrás en el sentido de que Lima era una plaza izquierdista; o como la más reciente que la sindicaba como bastión de la derecha y del conservadurismo político. Si bien es cierto que Alfonso Barrantes en 1985 conquistó el apoyo de las masas pobres y marginales de Lima para la izquierda de entonces, sin embargo poco después ese mismo pueblo encumbró a personajes de la más variopinta ralea política. Ahora que Lourdes Flores y Kouri creían tener un electorado cautivo, éste se vuelca por quién hasta hace sólo semanas no le merecía casi ninguna atención. Lima, como casi todo el Perú, no es pues, baluarte de ninguna corriente política: Es el potencial parapeto, de quien sabe conquistarlo en una campaña electoral, por tanto efímero, pasajero.

Algunos analistas han considerado para el caso el papel del azar. No les falta razón: si el PPC no hubiera urdido la treta de impugnar la candidatura de Alex Kouri con la secreta convicción de que así tendría el camino totalmente libre hacia la alcaldía, posiblemente hoy no vería peligrar una elección que tenía casi en el bolsillo. Pero en este “azar”, bien vistas las cosas, juegan un papel decisivo factores como los errores resultantes de miopías políticas clamorosas, factores históricos como los que explican la condición de atraso del electorado, o como el papel que en este contexto específico, pueden jugar un líder o lideresa y una campaña bien concebida y mejor implementada. Más que una casualidad, se trata de un fenómeno que responde a una cadena de acontecimientos determinados. En otro marco, es muy posible que el retiro de un Kouri no hubiera tenido el efecto desencadenante de hoy.

Sin acudir al factor características del electorado, resulta verdaderamente difícil explicar cómo es que los votos del fujimorismo capitalizados por Kouri, pasasen a engrosar el caudal de una candidata y una tendencia política de la otra orilla. ¿Por qué no hacia Lourdes? Lo primero que podemos pensar es que el deslinde que ella misma trazó entre decencia y corrupción, y que le permitió alcanzar cierta ventaja sobre su oponente, habría atraído, al parecer, a todo el sector sensible a una cruzada moralizadora, sumándose a aquel potencialmente propio de la candidata y su Partido, aunque esta adhesión, como bien sabemos, no obedece a consideraciones necesariamente éticas, menos cuando en esta campaña se trataba de un deslinde puramente demagógico toda vez que la propia Lourdes no podía exhibir manos limpias con el caso Cataño a cuestas. (La posterior difusión de los audios con potenciales proveedores de la Municipalidad de Lima terminó por desenmascarar sus escasos escrúpulos morales).

Aún así, suponiendo que la mayoría de votantes sensibles a la moralización hubiesen cerrado filas con Lourdes sin conocer el trasfondo pillezco de sus seguidores de siempre y de ella misma, ello no podía implicar que el universo restante del electorado tuviera la inmoralidad como bandera. El ciudadano común y corriente opta por un candidato al que perciben como buen dirigente sin someterlo al tamiz de la valoración ética y moral.

En otras palabras, existe un importante segmento ciudadano para el que la dicotomía corrupción-moralización, siendo visto como importante (todas las encuestas lo ubican así) no merece, sin embargo, la condición de rasero cuando de decidir el voto se trata. Encontrar una razón lógica a este comportamiento merecería todo un estudio socio-antropológico, pero el criterio “roba pero hace obra” que se ha convertido ya en parte de la cultura popular, es un condicionante básico para decidir el voto. (Una reciente encuesta revela que el 20% de ciudadanos estaría dispuesto a recibir dinero a cambio de su voto, y un porcentaje de estos inclusive a estafar al “contratante” haciéndole creer que votaría por él).

Pero, el electorado en general, incluyendo a este último conglomerado, también es plausible de votar por alguien que prometa moralización. La explicación estaría en la existencia, también revelada por la encuestas, de alrededor del 60% de electores que se declaran independientes y que la política solamente les interesa cuando se convoca a elecciones. Es decir, ante la carencia manifiesta de interés por la política como opción doctrinal y programática, como compromiso con un determinado modelo de sociedad y de vida, a la mayoría de la población le da lo mismo uno que otro candidato, por que a fin de cuentas “todos son iguales”, y elegir entre uno u otro es una suerte de ruleta en la que el número y el color se deciden cuando empieza el juego, en este caso el proceso electoral. Y la decisión final tiene que ver más que con promesas de una u otra índole, con las simpatías que le merezcan los candidatos. A lo sumo, las promesas y propuestas, se supeditan a la afición por el candidato.

En este singular juego “democrático” podemos además anotar la tendencia manifiesta a dos comportamientos bien definidos, cuando ingresamos al tramo final de la carrera. Una es la del voto en contra del candidato que perdió las simpatías, o que no supo ganarlas, o que al contrario despierta antipatías; voto cerrado que es casi imposible revertir con argumentos, campañas mediáticas de promoción o de demolición, etc: quien no cayó en gracia o cayó en desgracia, es fijo candidato a la derrota. Y la otra, la del voto perdido, por cuyas extrañas artes aquel candidato que empieza a quedar relegado difícilmente puede remontar la tendencia pues el elector ya va a “apostar a ganador” y es casi imposible encontrar argumentos que le persuadan de lo contrario.

Pero, volviendo al tema de Susana es importante anotar que la descalificación de Kouri y el trasvase de votos que implicó a su favor, no es suficiente para explicar este fenómeno. A lo sumo explicaría que Susana subiera del inicial 4% de intención de voto, al aproximadamente 19% que alcanzó inmediatamente después de la tacha. Pero para llegar a convertirse en la gran favorita y virtual ganadora, han mediado, desde luego, otros factores que también debieran explicar por qué es Susana y no, por ejemplo Humberto Lay u otro candidato.

En primer lugar, Susana ha contado con la complicidad de la misma Lourdes y de la derecha más retrógrada del país. En el primer caso por sus propios errores y condiciones: su vínculo con César Cataño, investigado por narcotráfico; el endurecimiento de su discurso, con visibles signos de preocupación, para marcar “la raya” entre la “modernidad” y el “atraso”; tratar de descalificar a Susana por su vínculo con grupos presuntamente “radicales” de la izquierda (sin tener en cuenta que en verdad son grupos que solamente se dedican a perseguir votantes como “diablo por alma” para compartir el poder); su cercanía a los grupos de poder y del sector “pituco” de Lima; el destape de los audios y su desatinada reacción ante ellos. En el segundo caso, el coro fascistoide de los expreso, los correo, los cipriani, especialistas conocidos en levantar candidatos que se proponen liquidar (recordemos el más reciente caso de Ollanta en el anterior proceso), coro ante el cual Lourdes brindó con su silencio y uno que otro aderezo, un más que tácito consentimiento, que a la postre le resultó totalmente contraproducente.

Pero para que se llegase a este punto, el electorado tenía que haber elegido a Susana y no a otro. Aquí es donde entra a tallar el factor persona. ¿Qué vio en ella la gente? Primero, una candidata relativamente desconocida, sin vínculos con el poder, al margen de las trapacerías de la política tradicional. Segundo, su discurso mesurado distante de todo radicalismo de derecha o izquierda, un discurso que entona con el estado de ánimo de un electorado limeño que llega a este proceso sin mayores sobresaltos ni urgencias reivindicativas, adormecido como está por la avasallante campaña neoliberal y su ilusión de progreso y modernidad (nótese que en Lima no caló ni el discurso duro, altisonante, aunque vacío de toda radicalidad seria, de Ollanta). Tercero su imagen bonachona y serena, casi maternal o de tía buena (este último rasgo la acercaría al recordado “tío frejolito”). Cuarto, sus propuestas de inclusión y transparencia salidas de una persona con estas características y en este contexto, han tenido la acogida que nunca hubiesen podido conseguir ni Lourdes, ni Kouri, ni ningún otro en contienda.

Tampoco podemos obviar que independientemente de la forma en que el electorado exterioriza sus preferencias o manifiesta sus pareceres erráticos sobre política, subyace un sentimiento de frustración, de disconformidad, sostenida por un pesimismo alimentado por las mismas circunstancias, el que al encontrar un mecanismo liberador puede dar forma a un movimiento nuevo de insospechados alcances.

Esta es la verdadera responsabilidad de Susana Villarán. La suma de acontecimientos como los anotados la han colocado en un situación verdaderamente excepcional. Más que ganar la alcaldía de Lima tiene la responsabilidad de encausar los sentimientos y la confianza de un pueblo que debe recuperar la esperanza, los sueños y la fe perdidas. En el apoyo del pueblo limeño es posible atisbar esa expectativa. En ella y en dirigentes jóvenes y con una nueva visión de la política recae ahora cumplir con una responsabilidad que no supieron cumplir en el pasado sus ahora aliados de la izquierda tradicional: convertir el apoyo electoral en espacio político independiente del pueblo para que Lima sea una verdadera plaza popular de izquierda sostenida en el tiempo, de largo aliento; y, por qué no, para avanzar en la transformación del país. Es decir, avanzar desde este fenómeno electoral limeño, hacia un cambio de la correlación de fuerzas políticas y sociales de impacto nacional.

Finalmente merece un comentario aparte el apoyo dispensado a Susana por un significativo porcentaje de los sectores A B de la sociedad limeña y que algunos atribuyen al papel de Jaime Bayly y su programa televisivo. Sin negar alguna influencia de este comentarista, sin embargo lo más significativo viene signado por la aparición de un sector de la burguesía limeña, tradicionalmente reaccionaria e intolerante, con un humor democrático desconocido, al punto de apoyar a una lista con las características de la de Fuerza Social. Queda por constatar si se trata de un humor pasajero o si se está afirmando por fin un burguesía liberal y democrática en el Perú, como parte del influjo de sectores nacionales emergentes en la economía.


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