lunes, 16 de agosto de 2010

¿HAY QUE PONERLE OVARIOS?



Jorge Bruce


Lo más notable de las frases de la entrenadora de la selección de vóley de mujeres, Natalia Málaga, en las que increpa con violencia a las jugadoras peruanas, es el entusiasmo que suscitan. En Internet, la proporción de quienes envían mensajes de apoyo a expresiones cómo “¡cállate, carajo!”, “¡desahuévate!”, “¡no se caguen en los pantalones!”, “¡hay que ponerle huevos!” es abrumadoramente superior a quienes las reprueban. Muchos de los correos electrónicos aluden a la selección masculina de fútbol, poniendo como ejemplo el estilo de “motivación” de la otrora gran jugadora del equipo nacional.

Esto es congruente con una tradición autoritaria y de humillación pública, que prima tanto en la educación estatal como en el comportamiento de las elites económicas y el caudillismo político. Prevalece la creencia de que solo insultando y gritando se consiguen los objetivos. Que la mano dura es lo único que funciona, como en el ejército o la policía (¿funcionan bien, a propósito?).

La idea subyacente a este comportamiento es que solo el miedo y la hegemonía operan, mientras que el diálogo conduce a la molicie y el derrotismo, el abuso y la corrupción. Cierto, hay que diferenciar el diálogo firme y principista, el debate de ideas y argumentos, de los consensos aguachentos que, en efecto, solo dilatan el conflicto.

El problema no es pues la actitud de Natalia, sino el lugar de donde ésta procede. Es heredera de una tradición autoritaria e irrespetuosa, en donde no se apela a la responsabilidad sino a la obediencia sumisa y temerosa. La misma que se observa en tantas instituciones peruanas. Los gritos e insultos de última hora no van a resolver lo que no se preparó con tiempo. Así, el diálogo del Cusco no deja satisfecho a nadie porque es producto de la improvisación. Si se hubiese escuchado a la Defensoría hace un año, no se habría llegado a esa situación. Por eso quienes reclaman mano dura cuando la situación se deteriora y los desmanes aparecen niegan la inoperancia estatal en términos de previsión. Asimismo, solo escuchan a los sacrosantos inversionistas y no a todas las partes concernidas. Por supuesto, no faltan quienes pescan a río revuelto.

El problema no es solo económico o gaseoso, por así decirlo. Hay una ideología ancestral de desprecio a los que nacen más allá de una línea divisoria clasista y racista, a quienes se caricaturiza, en ciertos medios, como hordas salvajes que deben ser tratadas a latigazos. La mano dura, los oídos sordos, la pena de muerte, para estos; la alfombra roja (y por lo bajo la mano extendida) para Ira Rennert y compañía: ¿cuándo se clausuraba Doe Run, señor Presidente?

Otra característica ideológica de este estilo es su identidad machista: de ahí que Natalia fustigue a sus pupilas aludiendo a los genitales masculinos –¡desahuévate!, ¡hay que ponerle huevos!–, cuando hace mucho quienes nos avergüenzan son los hombres del fútbol, mientras nos enorgullecen las chicas del vóley. Como si la testosterona fuese la clave biológica del éxito. No se trata pues de testículos u ovarios, sino de creatividad, valentía e integridad. De exigencia y excelencia, pero en democracia, no en dictadura.


La República/15-08-10

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