lunes, 1 de marzo de 2010

PARA NO LLORAR
SOBRE LA LECHE DERRAMADA


Santiago, terremoto de 2010


Seamos claros y directos. Frente a un terremoto de las características que ha afectado Chile, estamos desarmados. No hay políticas de prevención de desastres, tampoco una cultura sísmica, menos todavía una mentalidad reconstructiva de las áreas de desastre. El terremoto que asoló el sur peruano hace 3 años revela clamorosamente cuánto nos falta para hacer frente a una emergencia de esa envergadura.
Los especialistas en el tema y los no especialistas que han abordado el examen de los sismos desde sus propias disciplinas no dejan lugar a dudas de las probabilidades sísmicas que existen a lo largo y ancho del territorio nacional. Los estudios sobre los orígenes tectónicos de los sismos son permanentemente actualizados tantos por las entidades nacionales, como el Instituto Geofísico del Perú, como por organizaciones foráneas. Pero también los historiadores han puesto lo suyo. El doctor Lorenzo Huertas ha rastreado las calamidades naturales hasta los tiempos prehispánicos, sin descuidar las referencias coloniales, mientras la señora María Rostworowski nos habla de Pachacamac, la divinidad andina que supuestamente dominaba las fuerzas de la naturaleza como para controlarlas ante el clamor de los pueblos andinos de esos tiempos.
Algo más. Sobre la base de las regularidades sísmicas en áreas como las de Lima y Callao, especialistas como los doctores Ronald Woodman y Hernando Tavera, del Instituto Geofísico del Perú, no se cansan de insistir sobre la probabilidad de que un terremoto de una envergadura similar o mayor del que se dió en 1746 pueda volver a presentarse, lo mismo que un tsunami "que pasará por La Punta y el Callao, de todas maneras", según acaba de manifestar el doctor Woodman a un periódico local. (Ver declaraciones en este blog).
Con todos esos antecedentes la respuesta estatal a esos riesgos deja mucho que desear. Para no irnos muy lejos: la celeridad con la que el Presidente García abrió la cartera para ofrecerle diez millones de dólares a Haití, no la muestra ni para atender la reconstrucción del sur peruano afectado por el sismo del año 2007, menos para solventar el gasto de un millón de dólares que costaría la renovación de nuestro sistema de alarma de tsunamis. Según las autoridades del Instituto Geofísico del Perú el Ministerio de Economía y Finanzas ha guardado bajo 7 llaves la autorización de la transferencia de fondos.

En estas condiciones si no queremos llorar sobre la leche derramada después de una catástrofe como la de Chile, hay que prestar atención a la amenaza que se cierne sobre el país y sus poblaciones. Al desdén e irresponsabilidad estatal hay que oponerle, desde abajo, un reclamo sostenido para que se escuche la voz de los científicos, se desarrolle una política de prevención de desastres y una cultura sísmica, como también una actitud responsable ante los daños que puedan ocasionar ese tipo de eventos naturales. Sismos como los del sur peruano, Haití y Chile, deben constituirse en los referentes fundamentales de ese accionar en defensa de la vida de nuestras poblaciones.

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