EL VIEJO TONTO
De seguro que las nuevas generaciones chinas no conocen la fábula del Viejo tonto que removió las montañas, con las que Mao Tse Tung, educó a su pueblo en plena guerra de liberación. Corría junio de 1945 y el Partido Comunista de China había concluido satisfactoriamente su VII Congreso Nacional. En el discurso de clausura el gran timonel dio a conocer la fábula. Se trataba, dijo, de un viejo que vivía en la parte norte de China, pero cuya casa, que miraba hacia el sur, era obstruida por la presencia de dos grandes montañas: Taijang y Wangwu. Un buen día el Viejo tonto - así era considerado- con sus dos hijos, armados solamente de sus azadones decidieron tirarse abajo las montañas. Cuando el Viejo sabio del pueblo se rió de sus pretensiones de remover las montañas, con tan pocas manos en acción, el Viejo Tonto le respondió: "Después que yo muera, seguirán mis hijos; cuando ellos mueran quedarán mis nietos, y luego sus hijos y los hijos de sus hijos, y así indefinidamente. Aunque son muy altas, estas montañas no crecen y con cada pedazo que les sacamos se hacen más pequeñas. ¿Por qué no vamos a poder removerlas?".
El viejo y sus hijos siguieron cavando, contó Mao, hasta que Dios se conmovió, envió dos ángeles que hicieron realidad los sueños del Viejo tonto: se llevaron las montañas.
Para Mao, esa fe que movía montañas tenía que tenerla el pueblo chino, para traerse abajo las dos montañas que bloqueaban el paso de la revolución: el imperialismo y el feudalismo. Y si morían en el empeño, sus hijos, y los hijos de sus hijos, indefinidamente, iban a poder conquistar los objetivos trazados. El Partido, expresó Mao en esa oportunidad, hacía tiempo que había decidido demoler esas montañas y perseveraba en ese empeño porque había que conmover a Dios. ¿Quien era Dios para el líder? Pues el pueblo, las masas populares. ¿Si ellas se alzan y cavan junto con nosotros, ¿por qué no vamos a poder eliminar esas montañas?, señaló.
Traigo a colación esa fábula, a propósito de los 60 años de construcción del socialismo en la República Popular China, establecida el 1 de octubre de 1949. Sin el triunfo de la revolución, es algo que no se dice, y por ende sin la destrucción del feudalismo y el imperialismo, no pueden explicarse los grandes cambios de la China de hoy, convertida en la tercera economía del mundo, y marchando, según todos los indicadores, a ser la primera potencia mundial.
Razón tenía el Viejo tonto de la fábula, como razón tuvo Mao Tse Tung. El primero por la fe inquebrantable, el segundo, por la misma fe, pero además por haber logrado conmover a su pueblo, el gran dios que está haciendo realidad lo que los chinos denominan el socialismo con peculiaridades chinas, aunque muchos, fuera de China, no lo entiendan así.
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