CUANDO EL ZAMBO
ERA CAVERO
El zambo Cavero descansa en paz, quizá también agotado por unas espectaculares pompas fúnebres que él mismo ni se las imaginó, consciente como siempre estuvo de sus humildes orígenes, en el callejón La bandera blanca, en la avenida Abancay de Lima, reducto de negros pobres pero alegres, como lo recordaba Darío Mejía, apoyándose en los decires de Augusto Azcuez, uno de los grandes de la música criolla. Inicios duros, de peleas diarias con la vida, pero aleccionadoras como para saber diferenciar lo bueno, de lo malo y lo feo, que le permitió empinarse hasta llegar al Instituto Pedagógico Nacional, donde otrora se formaban los mejores maestros del Perú, como también lo recordó Wilfredo Huisa, egresado de esas aulas hace mil años.
En esos tiempos matinales, valederos también para la música, Arturo Cavero no era todavía el Zambo Cavero como ha pasado a la historia; era simplemente Cavero, al igual que Villalobos, hombres fuertes en el arte del cajoneo, como se puede escuchar en los videos que estamos poniendo a su disposición. "Con los cajones de Cavero y Villanueva", dice claramente don José Durand, el presentador, que sabía tanto de música criolla, en especial de la marinera, como de Garcilaso de la Vega, y quien robándole tiempo al tiempo animaba los espacios criollos que la televisión peruana ¡que tiempos aquellos! otorgaba a la difusión de nuestra música.
Cavero estaba empezando, los grandes maestros eran otros: Azcuez, Hayre, Avilés, Huambachano... el era todavía un acompañante, bueno, muy bueno, para tocar cajón, como para bailar marinera - véase el programa de homenaje a Azcuez, al final, donde deja el cajón para lanzarse al ruedo- pero le faltaba todavía esa madurez, que solo podía darlo la bohemia criolla, esa universidad musical tan venida a menos en los últimos tiempos por los cambios económicos y sociales que se han procesado en el país en las últimas décadas, como por la falta de apoyo a la música popular.
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