A Julio Barreto Bringas, el sonero chalaco que conquistó Nueva York con su talento en la improvisación y el fraseo en la salsa, lo mató la sordidez de Lima, la mugre de una urbe lumpenizada, oculta hasta ahora tras las fantasías y el relumbrón de la modernidad. Un balazo cortó en seco el canto de Barreto, su picardía, el saoco, de un bravo que como los buenos se inspiró en la calle, en la esquina, en el barrunto, para deleitar y ganarse a las fanaticadas de la salsa.
Barreto tuvo en Héctor Lavoe a su maestro y guía; pero le supo poner a sus canciones su propio sabor. Quiéreme, fue su canción emblemática, pero no hubo una sola interpretación suya, sea cual fuese el autor, que no tuviese el valor agregado de su sazón porteña, porque como bien lo cantaba sonero no es cualquiera...
El pistoletazo le arrebató a la salsa peruana uno de sus mayores valores, quizá el mayor del soneo. Lo dijo Saravá, a las pocas horas de enterarse del crimen, lo han manifestado de mil maneras sus feligreses, que recuerdan su quiéreme mi vida, quiéreme/hoy, mañana y siempre/quiéreme mi vida, quiéreme/y seré tuyo, tuyo hasta la muerte, letra de Quiéreme, añorada por los amantes de la salsa romántica, a quienes les rompía el bobo con su singular interpretación; pero a la que se puede sumar soneos como las de un ratón, con la que hizo las delicias de su público:
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