LA PRIMERA VEZ
La primera vez que escuché La Internacional cantada por los propios trabajadores, no fue, como se puede pensar, en un acto de masas. Ocurrió en el tramo Arica-Santiago de Chile, una noche veraniega de enero de 1968, en un bus en el que las voces juveniles de tres peruanos, en las que me incluyo, habían inundado el ambiente de valses, polcas y uno que otro huayno – no había pisado todavía la sección de Antropología de la Universidad de San Marcos, donde me haría de una verdadera batería de mulizas, huaynos, pasacalles y tristes – y con el repertorio agotado no tuvimos mejor idea que entonar retazos de viejas canciones republicanas de los años de la guerra civil española, que los sanmarquinos de la segunda mitad de los años 60 del siglo XX las cantábamos como propias, llegando incluso a cambiarles la letra para ajustarla a nuestra caldeada realidad.
Las guerrillas de 1965 habían sido aniquiladas, pero a la juventud nos había dejado un millón de nudos en la garganta. A los nombres de los insurrectos en Cusco, Ayacucho y Junín, se adicionaban los del poeta Javier Heraud, y del dirigente campesino Hugo Blanco, aunque el teniente Vallejo, cabeza de una asonada en Jauja, formaba también parte de esa galería de líderes populares que con su conducta subversiva habían marcado la diferencia con los figurones de los partidos tradicionales de entonces.
San Marcos se había convertido en una plaza levantisca contra el orden establecido. Y en sus ambientes, cargados de entusiasmo y fervor las canciones iban y venían, como éstas: La hierba de los caminos/la pisan los caminantes/y a la mujer del obrero/la pisan cuatro tunantes/de esos que tienen dinero/, que rápidamente se empalmaba con esta otra: Si me quieres escribir/ya sabes mi paradero/primera línea de fuego/brigada internacional, terminando con el clásico: San José republicano/y la virgen socialista/y el hijo de sus entrañas/militante comunista. Las aulas y pasadizos de la Facultad de Letras, en la Ciudad Universitaria , era un hervidero de inquietudes, y cada quien se consideraba, con razón o no, un conspirador.
Y esa noche calurosa de enero del 68, sin valses ni polcas que cantar, nos animamos a soltar esas letras, en medio de la oscuridad del bus que raudamente se iba comiendo el desierto de Atacama. Sin pensarlo habíamos abierto una caja de sorpresas, porque ni bien terminamos de cantar, las luces del carro se encendieron y todos los pasajeros, la mayoría de ellos veteranos, puestos de pie, con el puño derecho en alto, comenzaron a entonar el himno de los trabajadores del mundo: la Internacional. Como acabamos de decirlo, no eran jóvenes, eran hombres y mujeres curtidos por el trabajo, tez bronceada por las inclemencias del tiempo, manos callosas, y vestimentas que indicaban con claridad el paso del tiempo y del uso.
Arriba los pobres del mundo/de pie los esclavos sin pan…tronaban las voces, que salían desde el socavón de sus triunfos y derrotas en la lucha por un mundo mejor, pero plenas de entusiasmo y esperanza en el triunfo final.
Esa noche, luego de saludos y abrazos de confraternidad, ya no volvimos a cantar. Las luces del bus volvieron a apagarse y los peruanos, con las tripas revueltas por la ansiedad, empezamos a soñar…
Arriba los pobres del mundo
de pie los esclavos sin pan.
Y gritemos todos unidos:
¡Viva La Internacional !
Removamos todas las trabas
que oprimen al proletario,
cambiemos al mundo de base
hundiendo al imperio burgués
Agrupémonos todos
en la lucha final
y se alcen los pueblos con valor
por La Internacional
No más salvadores honremos
ni César, ni burgués, ni Dios
que nosotros mismos haremos
nuestra propia redención
Dónde tienen los proletarios
el disfrute de su bien.
Tendremos que ser los obreros
los que guiemos el tren.
Agrupémonos todos....
El día que el triunfo alcancemos
ni esclavos ni dueños habrá.
Los odios que al mundo envenenan
al punto se extinguirán.
El hombre del hombre es hermano
cese la desigualdad.
La tierra será un paraíso,
la patria de la humanidad.
Agrupémonos todos..
Puente Piedra, 1 de mayo de 2007.
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