martes, 30 de abril de 2019

NO ERA UN SANTO


A patadas, pero la verdad se abre paso. García no es el santo varón que la derecha y sus operadores políticos venden, tratando, después de su suicidio, de construir un mito. Las confesiones de Atala, su testaferro, echan por tierra tales proyectos. El ex presidente fue un vulgar delincuente, que se aprovechó de su alto cargo para medrar, para llenar sus arcas particulares, mientras colmaba la voracidad de Odebrecht. Su autoeliminación, como lo afirman los especialistas, fue su gran escape. En los 90. ante los demoledores informes de los latrocinios de su primer mandato, García fugó del país, refugiándose en Europa mientras prescribían sus delitos. Frente a las crecientes sospechas de sus entripados con Odebrecht, pretendió nuevamente usar la figura del asilo. Al fracasar, solamente le quedó el suicidio. Por eso es que su carta de despedida fue escrita con antelación. Esperaba quizá, como había ocurrido en otras oportunidades, que se le presentase la virgencita para salir del dificil trance. No contó con la astucia y la firme decisión de los fiscales y jueces, que apoyados en el periodismo de investigación y la repulsa anticorrupción de las masas populares, lentamente fueron cerrando el círculo. Al verse perdido se quitó la vida. La delación de Atala, reconstruyendo, paso a paso, la relación delictiva con García, no deja lugar a dudas. Como tampoco hay dubitaciones en torno a la complicidad de la lumpenburguesía y de la tecnocracia angurrienta que hizo de García su héroe durante su segundo mandato, después de haberlo demonizado. Como siempre, pragmáticamente, optó por García porque les aseguraba la bolsa y el modelo económico impuesto desde los 90.

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