Susy Díaz, vedette peruana que llegó a ser congresista
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Don Mario
Vargas Llosa (Arequipa, 1936), el laureado escritor peruano, Premio Nobel de
Literatura 2010, sigue dando que hablar a sus críticos y seguidores. La
publicación de La Civilización del Espectáculo (Alfaguara, 2012) ha provocado
más de una polémica. Jorge Volpi,
escritor mejicano, por ejemplo, no se ha quedado corto en su apreciación.
Vargas Llosa, escribe, “se suma a la
abultada lista de hombres de letras que, hacia el ocaso de sus días, se
lamentan por la triste condición de su época” (El último de los mohicanos,
El País, 27 de abril de 2012). La réplica, en el mismo diario (29 de mayo de
2012) por parte de un vargasllosiano no se hizo esperar: César Antonio Molina,
ex ministro de Cultura de España, además de elogiar el libro del Nobel, ha
acusado a Volpi de ser ingrato e injusto
( Vargas Llosa escribió que Volpi es uno de los mejores escritores
latinoamericanos de las nuevas generaciones) y de querer hacer el papel de
Robespierre ante el poder de la industria tecnológica.
En el Perú, ha
sido el reconocido historiador Nelson Manrique el que le ha puesto las
banderillas a Vargas Llosa en 5 artículos publicados en el diario La República,
entre julio y agosto del año en curso. Para Manrique, el escritor en su libro
muestra una visión estrictamente europeísta y elitista. “En las más de 150 páginas de su
ensayo no hay una sola mención a las riquísimas creaciones, pasadas y
presentes- ni siquiera en las materias que le preocupan, las letras y las
artes- de la India, China, Japón, Mesoamérica, ni por supuesto los Andes. No
existe ni la más remota alusión a que éstas pudieran haber influido de alguna manera
en el desarrollo de la humanidad” escribió el profesor de la Universidad
Católica en su artículo del 03 de julio pasado.
En las redes
sociales, mientras tanto, las críticas y los retruques van y vienen.
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¿Pero
cuáles son las ideas-fuerza de Vargas Llosa en la Civilización del Espectáculo
que tanto han dado que hablar?
Podemos afirmar que en las 226 páginas del texto hay una sola gran idea:
la afirmación de que estamos asistiendo a la decadencia de la cultura tal y
como la conocieron nuestros ancestros, a su banalización, y transformación en
simple imagen, música, pantallazo,
frivolidad, porque lo que interesa finalmente es la diversión, el entretenimiento,
matar el aburrimiento. En una palabra, todo es espectáculo.
Para Vargas Llosa, la cultura siempre implicó “…la
reivindicación de un patrimonio de ideas, valores y obras de arte, de unos
conocimientos históricos, religiosos, filosóficos y científicos en constante
evolución, el fomento de la exploración de nuevas formas artísticas y
literarias y de la investigación en todos los campos del saber” (p.65).
Esta es la noción y la práctica cultural en cuyo
marco- siempre según el Nobel- la cultura fue enriqueciéndose por obra de
quienes la cultivaban; al mismo tiempo que otros se desatendían de ella, la
despreciaban o ignoraban, o simplemente eran excluidos de ella por razones
económicas y sociales.
En este proceso las élites culturales van afirmando sus
posiciones de mando cultural, a las que acceden no por su poder económico o
político, tampoco por su origen “sino por el esfuerzo, el talento o la obra
realizada” (p.73). Son estas minorías las que van a establecer el orden
de prelación y la importancia de los valores culturales, a la vez que tienden puentes con otros
sectores sociales y le dan finalidad humana a los avances intelectuales y
artísticos, preservando de esta manera la calidad de la cultura, de la alta
cultura.
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Ese mundo cultural, según el Nobel, ya no existe. La
cultura se ha ido banalizando, hasta convertirse prácticamente en un pálido
recuerdo de lo que en otras épocas se conocía por cultura. Todo es superficial,
trivial, banal, frívolo. No hay un área del quehacer cultural donde no se
observe la huella de esa crisis.
Si nos fijamos en las artes plásticas, se ha llegado a
un nivel donde hasta la caca de elefante solidificada resulta teniendo un valor
artístico, como lo pudo comprobar en Londres, en el Royal College of Art. Es decir, todo puede ser arte: lo bello y lo
no bello, lo artístico o lo no artístico ya no responden a criterios racionales
y sensibles, todo depende ahora de la publicidad, de los patrocinadores, del
mercado. No hay ideas, no hay cultura artística, ni autenticidad, ni destreza
artesanal, ni tampoco críticos: el público, impactado por la publicidad,
resulta siendo el gran soberano en la determinación de lo que tiene o no valor
artístico.
Desde esa perspectiva no es casual que en la
literatura, el campo del autor, haya sido invadido por la literatura light, que lo único que busca es
divertir porque los lectores quieren libros fáciles, que entretengan y punto.
Lo que se busca es la comodidad del lector, al igual como lo hace el cine light o el arte light. No hay esfuerzo intelectual, se propaga el conformismo y la
autosatisfacción. Lo serio es que los lectores o consumidores de esta
literatura, cine o arte, piensan que están en la vanguardia intelectual.
El periodismo, por su parte, ha dejado de ser lo que
fue: serio, objetivo, convocado a informar. Lo que prima hoy es el
sensacionalismo, el amarillaje, la trivialidad, el espectáculo de la noticia.
Son por ejemplo, afirma Vargas Llosa, las llamadas “revistas del corazón”, las
que acaparan la atención de millones de lectores porque en ellas se desnudan
las idas y venidas sentimentales de los más conspicuos personajes del mundo
industrial, financiero o del
espectáculo…Para el autor este tipo de publicaciones son los productos “más
genuinos de la civilización del espectáculo”, en los que la infidencia, el
chisme, la invasión a la vida privada, etcétera son el pan de cada día.
En este mundo tan superficial, la política se ha convertido en un reducto de la
liviandad. No hay ideas, propuestas, idearios ni programas. Todo es publicidad,
apariencia, histrionismo y demagogia. El novelista cita en su apoyo la
experiencia peruana de 1956-1962, donde
se contó con un Parlamento ejemplar por la calidad intelectual de los
congresistas que asumieron responsabilidades cívicas. En la actualidad sucede
todo lo contrario, el nivel intelectual y moral de los políticos se ha venido
al suelo, aunque ello, para el gran público, no interesa en tanto que es el
gesto y la forma es lo que importa. ¿Valores, convicciones, principios?
Interesaron en el pasado, no en los tiempos acelerados del presente.
Por si esto fuera poco, la trivialidad ha invadido
también lo que suponían eran escenarios estrictamente personales, privados,
como es el de las relaciones sexuales. Para Vargas Llosa el acto sexual puede
ser una obra de arte, en el que tanto el hombre como la mujer juegan a ser
dioses. En estos campos, la libertad conquistada por las nuevas generaciones ha
devenido en la práctica del sexo fácil, expeditivo y promiscuo donde el
erotismo sencillamente ha desaparecido.
La religión misma se viene resquebrajando. Para Vargas
Llosa es este deterioro donde vamos a encontrar la respuesta última a los males
del capitalismo porque la vida moral y espiritual patrocinada por la religión,
que hace de correctivo permanente “y mantiene al capitalismo dentro de ciertas
normas de honestidad, respeto hacia el prójimo y hacia la ley” (p. 182) esa
vida, expresa, se ha desplomado.
En este ambiente de desborde generalizado, se explica
la masificación del uso de las drogas. Si en algún momento su uso, por parte de
minorías, expresó rebeldía,
disconformidad o búsqueda de nuevas sensaciones con fines artísticos o científicos, en la actualidad su
empleo desbocado obedece únicamente a la búsqueda de placeres inmediatos, de
vías de escape a las preocupaciones y responsabilidades. “Para millones de personas las
drogas sirven hoy, como las religiones y la alta cultura ayer, para aplacar las
dudas y perplejidades sobre la condición humana, la vida, la muerte, el más
allá, el sentido o sin sentido de la existencia” (p.42”, escribe el
novelista.
Finalmente, donde no existen ideas ni culto al
pensamiento, los intelectuales sobran, la batuta la han tomado los chefs, los
modistos, las estrellas de fútbol y los músicos. En la civilización del
espectáculo, “El cómico es el rey” sentencia el Nobel, luego de pasar revista a
los nuevos protagonistas del quehacer político, que están ahí no por su lucidez
o inteligencia sino por sus aptitudes histriónicas y su posicionamiento
mediático.
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Parafraseando una expresión de Vargas Llosa, suscrita en
Conversación en La Catedral y mundialmente célebre ¿En qué momento se jodió la
cultura?
Empecemos señalando que la visión de la viacrucis de
la cultura expuesta por el autor, se constriñe a las experiencias europea y
norteamericana. En esos ámbitos, después de la segunda guerra mundial,
terminadas las privaciones y ajustes, el desarrollo económico y el bienestar
cobraron un impulso espectacular. Y conforme mejoraron las bases materiales de
existencia de los hombres, las clases medias ensancharon su presencia, lo mismo
que las horas de ocio, campo propicio para la expansión de las industrias de la
diversión y la publicidad, que se va a
convertir en algo así como la maestra y guía de todas esas actividades.
La indicación fundamental es no aburrirse, ni
perturbarse, angustiarse o preocuparse.
Lo sabroso, lo regalón, lo frívolo es lo que va a terminar pautando la
vida de las gentes.
En ese contexto, una sociedad liberal y democrática no
podía seguir poniéndole trabas al acceso de las mayorías a la cultura. La
educación va a servir para abrir las compuertas de la cultura a las grandes
mayorías. Sin embargo, para el raciocinio del Nobel, esta loable filosofía ha
terminado por adocenar y trivializar la cultura, porque ha terminado
imponiéndose el facilismo formal y la superficialidad de los contenidos en los
productos culturales.
No interesa ahora la calidad, lo que manda es la
cantidad. En este proceso de sacrificio de esa calidad, la alta cultura ha
terminado por desaparecer. La masificación la ha liquidado, porque la noción de
cultura que ahora se privilegia es la antropológica: todas las manifestaciones
de la vida de una sociedad, vale decir su lengua, creencias, usos, costumbres,
indumentarias, técnicas, etcétera han sido incorporadas al concepto
prevaleciente de cultura. Los códigos y claves, la complejidad de los mismos,
en las que se movían las minorías conformantes de las elites, son cosa del
pasado.
El igualitarismo cultural es por ello una constante de
los tiempos que vivimos. Tan importante es, culturalmente hablando, una ópera
de Verdi como una presentación de los Rolling
Stones. Y claro que es posible que los fogones y las pasarelas, propios
del mundo de los cocineros y modistos,
estén alcanzando la misma importancia que los libros, los conciertos y
las óperas y peleándose los espacios culturales.
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¿Cómo
enjuiciar las ideas y conclusiones de Vargas Llosa?
Más de un crítico ha resaltado el pesimismo de Vargas
Llosa para enfocar las constantes culturales y sociales de nuestro tiempo. El
propio autor, a diferencia de otros años, sobre todo de los tiempos en que se
había convertido en uno de los principales propagandistas del liberalismo y sus
potencialidades, confiesa haber perdido la curiosidad por el futuro. Sólo me
interesa el pasado y el presente, ha escrito en el artículo de El País arriba
citado.
Entender ese pesimismo pasa por tomar en cuenta lo que
actualmente ocurre en los países de vanguardia del capitalismo occidental, que
constituyen el punto de partida del análisis del novelista y que en todo
momento siempre han sido los referentes fundamentales de su vida pública, de
sus disertaciones, reflexiones y escritos. Como es de conocimiento universal, la
crisis económica y social está apretando a esos pueblos. La bonanza se ha
convertido en deterioro económico y social, el desempleo, la desigualdad, la
pobreza y el hambre se han extendido como una mancha de aceite y no hay un día
en que no se conozcan nuevos infortunios que cual castigos divinos siguen
cayendo sobre esas realidades otrora prósperas.
La apuesta abierta de Vargas Llosa por el modelo hoy
en crisis no lo deja bien parado y objetivamente, para cualquier mortal, que
pasó gran parte de su vida difundiendo logros y bondades supuestamente eternas,
la dura realidad de hoy debe ser frustrante. Por eso es que sostengo que los
entrampamientos mismos del capitalismo realmente existente se convierten en el
telón de fondo obligado – muy a pesar del escritor- de las apreciaciones sostenidas en La
Civilización del Espectáculo y de su marcado pesimismo.
Como pocas veces he leído, el propio autor no puede
obviar lo que llama el gran fracaso y crisis sin tregua del sistema
capitalista, como tampoco puede dejar de mencionar la corrupción, el tráfico de
influencias, el enriquecimiento ilícito burlando la ley, la codicia frenética
que explica los fraudes en las entidades bancarias y financieras… todo lo cual
contrasta sin duda con el modelo capitalista que siempre difundió. Se resiste
empero, a reconocer en esa crisis lo que todo analista realista acepta: las
causas de esa crisis están en la propia lógica del sistema, en su propio
devenir contradictorio. No es casual por ello que hasta los empresarios se vean
obligados a aceptar que es necesario – sin ser marxistas- a volver a Carlos
Marx para tratar de entender los males de un orden estudiado de punta a cabo por el fundador,
junto a Federico Engels, del socialismo científico.
Para Vargas Llosa, por el contrario, las razones de
esos entrampamientos del capitalismo están en la moral, en la ética de los
empresarios, tradicionalmente sostenida por la religiosidad, pero hoy
debilitadas – como lo mencioné líneas arriba. Por el relajo religioso al que
estamos asistiendo.
En esta realidad tan contradictoria como compleja,
insisto, anida el pesimismo del Nobel, como la añoranza de un pasado que se fue
en medio de la vorágine del desarrollo económico y social que abrió paso a la
democratización de la cultura y al protagonismo de las masas en los escenarios
culturales. Porque efectivamente, en Norteamérica concretamente, desde los años
50 para adelante es posible contabilizar una presencia multitudinaria de
hombres y mujeres en el quehacer cultural.
Alvin Tofler, un futurólogo norteamericano se ocupa
justamente de ese fenómeno que se trajo abajo el liderazgo de las elites
culturales y sus minúsculas presencias. A diferencia de Vargas Llosa, Tofler vio
con optimismo la irrupción cultural de los sectores medios, preferentemente
jóvenes, en los mercados culturales contemporáneos, llegando a compararlo con
la aparición de una masa alfabetizada en la Inglaterra del siglo XVIII. “La
nobleza debe haberse divertido al ver como sus inferiores sociales luchaban con
el ABC”, escribe el futurólogo,
para luego reconocer el potencial de ese salto cultural, como reconoce
también la importancia social de la presencia de un público masivo en los
diferentes escenarios culturales de Norteamérica.
En este contexto, las críticas a Vargas Llosa por su
añoranza del pasado, son justas. Para mí, al Nobel, al no reconocer el tráfago
del cambio, no le queda otra salida que añorar su Arcadia, esa ilusión griega
del paraíso pastoril perdido, donde nada se mueve, todo permanece, y donde supuestamente reina la paz, la
tranquilidad, la sencillez, para felicidad de los vates de todo el mundo. Digo
la Arcadia de Vargas Llosa, porque sencillamente todo observador imparcial del
devenir del mundo tendrá que concluir que las cosas en el capitalismo
desarrollado han tenido también sus bemoles.
En segundo término, llama la atención el elitismo de
Vargas Llosa. Para quien se ha reclamado siempre de la democracia resulta un
contrasentido criticar la presencia del pueblo – porque de esto se trata- en
los múltiples terrenos culturales. El novelista acepta su presencia en la política,
pero no en la cultura. En como si en el caso peruano, nos negáramos a aceptar
las potencialidades que encerró y encierra todavía el desborde andino y
amazónico hacia Lima y las principales ciudades de la costa, que ha ocasionado
que esta vieja ciudad colonial cobre nuevamente vida y colorido, económica,
social y culturalmente hablando.
De lo que se trata ahora es de generar una nueva
lectura de la sociedad y la cultura. Los cánones de ayer, en el que se
desenvolvieron personajes como Vargas Llosa, sencillamente ya no funcionan
porque la realidad ha ido más allá de los viejos conceptos, dieciochescos por
naturaleza, y que ante los nuevos acontecimientos sencillamente han perdido
vigencia.
En ese sentido, hay que justipreciar la crítica de
Nelson Manrique, a la exclusión, en la visión del novelista, de los aportes
civilizatorios de los pueblos de otras latitudes. Sin desconocer la
trascendencia cultural de Occidente, empero, no se puede ignorar ni subestimar
la riqueza de otras civilizaciones, incluyendo la andina, en espacios poco
conocidos. Traigo a colación lo sostenido por Amartya Sen, Premio Nobel de
Economía 2008: “La libertad no es valorada sólo por una cultura, y las tradiciones
occidentales no son las únicas que nos preparan para adoptar un enfoque de los
problemas sociales basado en la libertad”
Bien haríamos, preocupados por los problemas de
nuestro tiempo y el futuro, en seguir la flecha dibujada por Sen.
Lima, noviembre de 2012
BIBLIOGRAFÍA
TOFLER, Alvin, Los Consumidores de Cultura, Plaza
Janés, Barcelona, 1993, 272 pp.
SEN, Amartya, Desarrollo y Libertad, Planeta,
Barcelona, 2000, 439 pp.
VARGAS LLOSA, Mario, La Civilización del Espectáculo,
Alfaguara, Lima, 2012, 226 pp.
VARGAS LLOSA, Mario, El pez en el agua, Seix Barral,
Santafe de Bogotá, 1993. 541 pp.
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