A un año de la muerte de los jóvenes Inti Sotelo y Bryan Pintado a manos de policías que castigaron con fuego graneado su protesta democrática, antigolpista, hay que batallar porque el recuerdo de su inmolación no se convierta en un ritual, en una simple conmemoración retórica de su sacrificio.
Lograr ese propósito nos obliga a poner en claro los alcances del alzamiento popular de noviembre del año 2020.
Y lo primero que hay que señalar es que ambos jóvenes deben ser considerados como héroes de la lucha por la democracia en el Perú. Debe saberse que a pesar de lo que digan, de dientes para afuera, la burguesía nativa y sus operadores políticos e ideológicos no tienen pergaminos democráticos. Hay que remitirse a la historia de los cuartelazos, en ella siempre encontraremos la mano de los dueños del Perú, que por defender sus intereses particulares no dudaron en patear, una y otra vez, el tablero de la democracia.
Inti y Bryan cayeron porque sumaron sus voces a los reclamos en las calles de millones de hombres y mujeres, la mayoría de ellos jóvenes, que a lo largo y ancho del país se alzaron contra el golpismo y las maniobras de una derecha profundamente antidemocrática y reaccionaria.
Con ese instinto que caracteriza a nuestros pueblos, Inti y Bryan no se tragaron el anzuelo de que la vacancia del presidente Vizcarra, trabajada por la derecha, se hubiera efectuado en defensa de la constitución. Ellos, al igual que las multitudes, visualizaron que estaban frente a un golpe parlamentario, de moda hoy en esta parte del mundo, en tanto que los clásicos cuartelazos militares están totalmente desacreditados.
Los pueblos estaban hartos de las maniobras de esa derecha, particularmente del fujimontesinismo, que ante las sucesivas derrotas de su candidata presidencial había hecho de la obstrucción política su mejor arma de defensa y ataque, contando para ello con el concurso de otras fuerzas antidemocráticas como el Apra y la mayoría ultraderechista de Acción Popular, por ejemplo.
Ese hartazgo, ese rechazo visceral a las maniobras de los capitostes de esos sectores políticos, responsables de las desgracias e infortunios de nuestros pueblos, estuvo en la base de la reacción popular al golpe parlamentario. Es decir, la insurgencia democrática de esas multitudes fue espontánea, como espontáneos han sido otros grandes movimientos populares. En este contexto, en noviembre del 2020 funcionaron principalmente las redes sociales, los colectivos culturales, feministas, religiosos, vecinales…es decir las organizaciones de base de los insurgentes.
Eso significa, en segundo lugar, que ningún partido puede reclamarse la autoría de ese gigantesco movimiento social y político que se trajo abajo el golpismo. Como son falsas las aseveraciones de que el movimiento estuvo promovido y financiado por “el comunismo o el chavismo internacional”.
Quienes hacen estas afirmaciones no saben absolutamente nada de como se gestan y desarrollan los movimientos sociales, e incluso algunas revoluciones. Ignoran asimismo el cómo una chispa -en este caso el golpe de Merino y compañía- puede incendiar la pradera cuando en ella está amontonada la leña seca de las insatisfacciones, del hartazgo, de la pobreza y miseria, de las desigualdades que corroen nuestra sociedad, de los estragos de modelos como el neoliberalismo.
Esa inexistencia de un partido, o de partidos particularmente de la izquierda en esa insurgencia popular, explica también sus limitaciones. La potencia del movimiento que congregó y movilizó a diferentes sectores sociales de Costa, Sierra y Selva, provocó -nadie puede negarlo- la caída de los golpistas, que fueron rechazados hasta por los militares. Pero luego de esta tremenda victoria política, el potencial fue diluyéndose, en tanto que los combatientes de las calles, unidos en torno a la lucha democrática, antigolpista, volvieron a la rutina de sus compartimentos sociales. Otra vez la fragmentación, los intereses particulares, parciales, sin futuro programático, sin ideales de conjunto.
Quizá el último ramalazo del movimiento de noviembre se dio en las elecciones presidenciales que encumbraron al profesor Castillo como presidente la República. Es indudable que por él votaron gran parte de los combatientes de noviembre, todos los Intis y Bryans que vieron en el rondero una alternativa de cambio del orden existente, un refernte del histórico levantamiento de noviembre.
Pero es también cierto que otros actores sociales de esas jornadas, en especial de los espacios más acomodados, particularmente urbanos, optaron por otras alternativas no radicales, que llenaron sus expectativas, impactados quizá por la aplanadora mediática, ideológica, de la derecha que satanizó a Pedro Castillo o a la misma Verònika Mendoza.
En tercer lugar, es necesario reconocer que en un contexto de crisis de la partidocracia y del mismo quehacer político, envilecido por sus operadores de uno u otro color, es difícil entender la importancia de los partidos políticos para el ejercicio de una verdadera democracia y una práctica política alejada de las cuchipandas y arreglos mafiosos de los vividores de la política.
La historia y la cultura de los pueblos nos indica, sin embargo, que estas son las herramientas que deben organizarse y esgrimirse desde el seno de las mismas masas para cualificar el movimiento social y político, para darle futuro, sostenibilidad programática y social.
Partidos, por supuesto, despojados de su anquilosamiento ideológico, de su dogmatismo de derecha o izquierda, de su burocratismo, espíritu de capilla y ambiciones personales, y que amalgamando ética y política, se conviertan en canteras de los líderes y lideresas que el Perú requiere para hacer realidad las esperanzas de construir un Perú nuevo dentro de un mundo nuevo.
Modestamente, creo que es así como debemos recordar a Inti y Bryan, héroes de la democracia.
Puente Piedra, noviembre de 2021
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