I
Hugo Blanco, el legendario dirigente campesino, que llegó a candidatear a la presidencia de la República en 1980, luego de haber sido constituyente en 1978, ha vuelto a hacer noticia. La próxima exhibición en el país de un documental sobre su vida, auspiciada por el Ministerio de la Cultura, le ha revuelto el hígado a lo más graneado de la extrema derecha peruana que con zapatos y todo ha iniciado una campaña en pro de la suspensión de esa exhibición. Esos señorones, -entre los que se encuentran militares en retiro y más de un trasvesti político que en sus años juveniles aplaudía a rabiar al líder cusqueño, pero que hoy, seguramente que por muy poderosas razones, ya no lo avalan -demuestran en sus ajetreos que no han aprendido nada, porque en su ofensiva contra Blanco no hacen sino repetir la misma cháchara con la que desde los años 60 se satanizó al sindicalista del valle de la Convención.
Si don Pedro Beltrán Espantoso, uno de los padres del liberalismo tramposo de los años 60, estuviese vivo, seguramente que firmaría sin pestañear las declaraciones que esa derecha ultramontana está circulando. ¿La razón? Son las mismas acusaciones contra Blanco, que desde el diario La Prensa -de propiedad de Beltrán- se fueron urdiendo en esos tiempos para satanizarlo, al igual que a los dirigentes que lo acompañaban en su labor sindicalista, mientras que a lo bestia buscaba quebrarse el poderoso movimiento campesino que los secundaban.
Blanco, hay que reiterarlo, no fue terrorista, ni guerrillero. Fue un sindicalista, que en Argentina abrazó el trotskismo, y como tal, en Lima y en el Cusco, se empeñó en hacer del sindicato un instrumento clave en las luchas reivindicativas de los trabajadores de la ciudad y el campo. Que en los marcos de su raciocinio político Blanco, desde el movimiento campesino del valle de La Convención aspirase a dar el salto hacia el poder es algo probable: un político que no esté pensando en el poder no es realmente un político, sobre todo si se reclama de la izquierda revolucionaria. Pero concretamente, en los años que le quitó el sueño a la oligarquía y al gamonalismo - fue capturado en mayo de 1963- estaba empeñado, desde su cuartel general de Chaupimayo, en organizar al campesinado para expulsar a los terratenientes de la provincia de La Convención y recuperar las tierras para el campesinado.
El sindicato, la huelga, la movilización multitudinaria del campesinado, constituían, para Blanco, las herramientas fundamentales de su quehacer político para las toma de las tierras. A ello se abocó, en cuerpo y alma. Con la tierra en sus manos, decía, "el campesinado elevará al Perú hasta las nubes". Pensaba en escuelas, colegios, institutos, universidades, centros agroindustriales, hospitales, carreteras. (Hugo Neira, Los Andes, tierra o muerte, Ed. ZYX, Madrid, 1968, p. 239). Las armas, la guerrilla, no estaban en sus planes, aunque patrocinaba la autodefensa contra las violentas embestidas de terratenientes y policías.
De hecho, el movimiento campesino de La Convención, desde antes que Blanco asumiese el liderazgo, había alcanzado niveles importantes de desarrollo. La consigna ¡Tierra o Muerte, venceremos! con Blanco al frente, reflejó esa aspiración vital , democrática, del campesinado cusqueño, explotado y agobiado por un régimen semifeudal, vigente en el agro peruano, denunciado desde los tiempos de Mariátegui, pero todavía existente 30 años después, aunque en crisis, golpeado por los alzamientos de los pobres del campo en diferentes puntos del país.
Paradójicamente la producción de te, café y cacao de La Convención era destinada a los mercados capitalistas externos, pero el sistema de explotación sobre la que se sustentaba era antediluviana e inhumana. El historiador Eric Hobsbawn, que estudió el caso señaló que ese sistema era una forma de servidumbre "asombrosamente similar a la del vasallaje europeo medieval" (Un caso de neofeudalismo: La Convención, Perú).
Ese fue el quid del asunto. De hecho, el radicalizado movimiento campesino del valle de La Convención no solamente puso en cuestión el poder gamonal establecido en el campo, sino que al promover la recuperación multitudinaria de las tierras le estaba quebrando el espinazo a ese gamonalismo. La Reforma Agraria era una vieja aspiración del campesinado, que la oligarquía, en alianza con el gamonalismo de horca y cuchillo, la había venido sorteando en base al uso implacable de la violencia y a la demagogia descarada. A fines de los años 50 el mismo Pedro Beltrán, aludido líneas arriba, había presidido una Comisión de Reforma Agraria, cuyos resultados fueron un saludo a la bandera.
En ese encuadramiento, Blanco y el movimiento campesino cusqueño eran un pésimo ejemplo, había que descabezarlo y liquidarlo. La Prensa de Beltrán estuvo a la cabeza de la campaña mediática, en tanto que la represión jugaba su papel, y los propios gamonales, armados, descargaban sus furias sobre el campesinado alzado a la lucha. El líder fue capturado después de un incidente armado con un policía, que perdió la vida. No hubo, como se sostiene, un asesinato premeditado, tampoco un asalto a puestos policiales. Lo encontraron en las punas, desarmado, descalzo, hambriento.
Lo que nadie previó, sin embargo, es que en junio de 1962, los militares iban a mandar a su casa al presidente Prado, y que una Junta Militar se iba a poner al frente del país. A estas alturas, una corriente reformista comenzaba a ganar terreno en el país, a la que las Fuerzas Armadas no eran ajenas, aunque en ellas con un criterio de seguridad nacional. El campo estaba movido. Era necesario comenzar a apagar incendios. La Reforma Agraria, como bandera reivindicativa del campesinado estaba en el orden del día; es más, en La Convención, por obra justamente de Blanco y la Federación Provincial Campesina de La Convención, la tierra ya estaba en poder de quienes la trabajaban.
Las tumultuosas movilizaciones de las bases de esa Federación habían terminado por descuadrar el poder de los gamonales, y legitimado ante el resto del país la reivindicación de la tierra para los desposeídos. En noviembre de 1962 los militares sancionaban la Ley de Bases de la Reforma Agraria, y en marzo de 1963 decretaron la inmediata realización de dichos cambios sustanciales en los valles de La Convención y Lares. En los hechos dichas medidas formalizaban los cambios en la tenencia de la tierra ejecutados por Hugo Blanco y la Federación Campesina. Los militares que con el general Verlasco Alvarado defenestraron al presidente Belaúnde en 1968 ampliaron a todo el país esa reforma, y la profundizaron, bajo las consignas de que la tierra debería ser para quien la trabajaba, y de que el patrón ya no debería comer de las miseria de los trabajadores del campo.
En resumen, el alzamiento campesino en pos de la tierra que sacudió el país en los años 50 y 60, el movimiento del campesinado en La Convención y Lares, que Blanco dirigió hasta que fue detenido, -aunque su influencia, convertido ya en leyenda, continuara vigente-, las guerrillas del 65 del MIR y del ELN, y la creciente demanda de reformar el campo existente en diferentes sectores de la sociedad peruana, forzaron la Reforma Agraria de 1969, la más atrevida de toda América Latina. El rol histórico que jugó Blanco debe ser ubicado en ese periodo trascendental de la lucha de clases en el país.
La derecha contumaz, que se opuso siempre a esos cambios en el campo, sea cual sea el mascarón de proa partidario que adoptaran, no ha cambiado nada, sigue anclada en el pasado, presa de sus demonios pleistocénicos. Por eso persigue a Blanco, lo sataniza, lo ridiculiza, pero sus campañas son como un búmeran, siempre se vuelven contra sus promotores, terminan satirizándolos, y promoviendo a sus adversarios.
Referencias Bibliográficas
HOBSBAWM, Eric, ¡Viva la Revolución!, Ed. Crítica, Argentina, 2018.
MATOS, José y José Manuel Mejía, La Reforma Agraria en el Perú, IEP, Lima, 1980,
NEIRA, Hugo, Huillca: Habla un campesino peruano, Ed. Peísa, Lima, 1974.
NEIRA, Hugo, Los Andes, Tierra o Muerte, Ed. ZYX, Madrid, 1968.
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II
Blanco, hay que reiterarlo, no fue terrorista, ni guerrillero. Fue un sindicalista, que en Argentina abrazó el trotskismo, y como tal, en Lima y en el Cusco, se empeñó en hacer del sindicato un instrumento clave en las luchas reivindicativas de los trabajadores de la ciudad y el campo. Que en los marcos de su raciocinio político Blanco, desde el movimiento campesino del valle de La Convención aspirase a dar el salto hacia el poder es algo probable: un político que no esté pensando en el poder no es realmente un político, sobre todo si se reclama de la izquierda revolucionaria. Pero concretamente, en los años que le quitó el sueño a la oligarquía y al gamonalismo - fue capturado en mayo de 1963- estaba empeñado, desde su cuartel general de Chaupimayo, en organizar al campesinado para expulsar a los terratenientes de la provincia de La Convención y recuperar las tierras para el campesinado.
El sindicato, la huelga, la movilización multitudinaria del campesinado, constituían, para Blanco, las herramientas fundamentales de su quehacer político para las toma de las tierras. A ello se abocó, en cuerpo y alma. Con la tierra en sus manos, decía, "el campesinado elevará al Perú hasta las nubes". Pensaba en escuelas, colegios, institutos, universidades, centros agroindustriales, hospitales, carreteras. (Hugo Neira, Los Andes, tierra o muerte, Ed. ZYX, Madrid, 1968, p. 239). Las armas, la guerrilla, no estaban en sus planes, aunque patrocinaba la autodefensa contra las violentas embestidas de terratenientes y policías.
III
De hecho, el movimiento campesino de La Convención, desde antes que Blanco asumiese el liderazgo, había alcanzado niveles importantes de desarrollo. La consigna ¡Tierra o Muerte, venceremos! con Blanco al frente, reflejó esa aspiración vital , democrática, del campesinado cusqueño, explotado y agobiado por un régimen semifeudal, vigente en el agro peruano, denunciado desde los tiempos de Mariátegui, pero todavía existente 30 años después, aunque en crisis, golpeado por los alzamientos de los pobres del campo en diferentes puntos del país.
Paradójicamente la producción de te, café y cacao de La Convención era destinada a los mercados capitalistas externos, pero el sistema de explotación sobre la que se sustentaba era antediluviana e inhumana. El historiador Eric Hobsbawn, que estudió el caso señaló que ese sistema era una forma de servidumbre "asombrosamente similar a la del vasallaje europeo medieval" (Un caso de neofeudalismo: La Convención, Perú).
Ese fue el quid del asunto. De hecho, el radicalizado movimiento campesino del valle de La Convención no solamente puso en cuestión el poder gamonal establecido en el campo, sino que al promover la recuperación multitudinaria de las tierras le estaba quebrando el espinazo a ese gamonalismo. La Reforma Agraria era una vieja aspiración del campesinado, que la oligarquía, en alianza con el gamonalismo de horca y cuchillo, la había venido sorteando en base al uso implacable de la violencia y a la demagogia descarada. A fines de los años 50 el mismo Pedro Beltrán, aludido líneas arriba, había presidido una Comisión de Reforma Agraria, cuyos resultados fueron un saludo a la bandera.
En ese encuadramiento, Blanco y el movimiento campesino cusqueño eran un pésimo ejemplo, había que descabezarlo y liquidarlo. La Prensa de Beltrán estuvo a la cabeza de la campaña mediática, en tanto que la represión jugaba su papel, y los propios gamonales, armados, descargaban sus furias sobre el campesinado alzado a la lucha. El líder fue capturado después de un incidente armado con un policía, que perdió la vida. No hubo, como se sostiene, un asesinato premeditado, tampoco un asalto a puestos policiales. Lo encontraron en las punas, desarmado, descalzo, hambriento.
IV
Lo que nadie previó, sin embargo, es que en junio de 1962, los militares iban a mandar a su casa al presidente Prado, y que una Junta Militar se iba a poner al frente del país. A estas alturas, una corriente reformista comenzaba a ganar terreno en el país, a la que las Fuerzas Armadas no eran ajenas, aunque en ellas con un criterio de seguridad nacional. El campo estaba movido. Era necesario comenzar a apagar incendios. La Reforma Agraria, como bandera reivindicativa del campesinado estaba en el orden del día; es más, en La Convención, por obra justamente de Blanco y la Federación Provincial Campesina de La Convención, la tierra ya estaba en poder de quienes la trabajaban.
Las tumultuosas movilizaciones de las bases de esa Federación habían terminado por descuadrar el poder de los gamonales, y legitimado ante el resto del país la reivindicación de la tierra para los desposeídos. En noviembre de 1962 los militares sancionaban la Ley de Bases de la Reforma Agraria, y en marzo de 1963 decretaron la inmediata realización de dichos cambios sustanciales en los valles de La Convención y Lares. En los hechos dichas medidas formalizaban los cambios en la tenencia de la tierra ejecutados por Hugo Blanco y la Federación Campesina. Los militares que con el general Verlasco Alvarado defenestraron al presidente Belaúnde en 1968 ampliaron a todo el país esa reforma, y la profundizaron, bajo las consignas de que la tierra debería ser para quien la trabajaba, y de que el patrón ya no debería comer de las miseria de los trabajadores del campo.
En resumen, el alzamiento campesino en pos de la tierra que sacudió el país en los años 50 y 60, el movimiento del campesinado en La Convención y Lares, que Blanco dirigió hasta que fue detenido, -aunque su influencia, convertido ya en leyenda, continuara vigente-, las guerrillas del 65 del MIR y del ELN, y la creciente demanda de reformar el campo existente en diferentes sectores de la sociedad peruana, forzaron la Reforma Agraria de 1969, la más atrevida de toda América Latina. El rol histórico que jugó Blanco debe ser ubicado en ese periodo trascendental de la lucha de clases en el país.
La derecha contumaz, que se opuso siempre a esos cambios en el campo, sea cual sea el mascarón de proa partidario que adoptaran, no ha cambiado nada, sigue anclada en el pasado, presa de sus demonios pleistocénicos. Por eso persigue a Blanco, lo sataniza, lo ridiculiza, pero sus campañas son como un búmeran, siempre se vuelven contra sus promotores, terminan satirizándolos, y promoviendo a sus adversarios.
Referencias Bibliográficas
HOBSBAWM, Eric, ¡Viva la Revolución!, Ed. Crítica, Argentina, 2018.
MATOS, José y José Manuel Mejía, La Reforma Agraria en el Perú, IEP, Lima, 1980,
NEIRA, Hugo, Huillca: Habla un campesino peruano, Ed. Peísa, Lima, 1974.
NEIRA, Hugo, Los Andes, Tierra o Muerte, Ed. ZYX, Madrid, 1968.
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