domingo, 17 de mayo de 2020

EL TOUR


Mis primeros viajes en el Perú, o hacia el extranjero, los hice siempre al tuntún. Miraba un mapa, buscaba algunas referencias sobre las ciudades a las cuales pensaba dirigirme, y allá iba, a hacer camino al andar, como decía el poeta. Nunca me fue mal, no me quejo. Pero años después, en pleno auge del turismo, y por insistencia de Elbita, me convertí en cliente de las agencias de viaje, con programaciones y visitas establecidas de antemano. Sinceramente no me he sentido cómodo: hay que estar listos a una hora determinada, amarrados a visitas estrictamente planificadas, todo en buses, nada de caminatas, y sujetos a las exposiciones, buenas, malas o regulares de los guías. En tiempos de pandemia, he vuelto a mis prácticas juveniles: yo escojo los lugares a visitar, y las programo de acuerdo a mis humores. Puedo comenzar por mi bliblioteca, de aquí paso a la sala a escuchar mis viejos discos matanceros, o a empaparme con las noticias del día, puedo marchar hacia el patio a tomar un poco de sol para evitar la palidez del encierro, subir al segundo piso a mirar un poco de televisión, evitando los espacios necrológicos, de pasadita una visita al comedor, a husmear las ollas o meterle picotazos a alguna fruta, o quizá también, aunque no es tarea de todos los días, regar el huerto de mi vecino ausente. Y claro, con el celular o el computador a la mano para no perder el enlace con el mundo. ¿No hay desbandes? Claro, con un mojito en la mano y bien arrellanado en un sillón, echo a volar la memoria y la imaginación.  Lo repito: las visitas las establezco yo, depende de mis estados de ánimo, es lo mejor, me parece...

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