Este señor, cuyo nombre no interesa, pero que hoy ocupa una curul en el congreso, nos está mostrando las miserias del alma que el coronavirus está sacando a la luz del día.
Aparentemente es un payaso, o un figuretti; los más indulgentes pensarán que es un hombre que teme tanto a la peste que es capaz hasta de cubrirse los zapatos.
Realmente es un embustero.
Si realmente temiese el contagio no debió juramentar en la forma que los 130 congresistas lo hicieron: burlando las normas sanitarias de emergencia, entre abrazos, apretones de mano y besuqueos. Tampoco debió asistir a la sesión de ayer, denunciando los riesgos que ella entrañaba.
Si a los ciudadanos de a pie, se les prohibe formar gupos, sea cual sea el lugar donde se encuentren, no hay razón alguna para que esos nuevos otorongos reclamen una vez más privilegios, gollerías, tratos exclusivos y exluyentes, ahora potencialmente letales.
Lo real es que a este señor le interesa un rábano la emergencia, pero se camufla, se oculta. Actúa ni más ni menos como esos filisteos que hoy se llenan la boca de pueblo, de pobreza, de vulnerabilidad, cuando son los responsables de que el país no cuente con un sistema de salud decente, civilizado, ni con una educación acorde a los tiempos que vivimos.
El dengue puso de vuelta y media ese sistema. Los médicos, los profesionales de la salud de la selva y sierra donde ese mal se posicionó en estos últimos meses, los mismos pacientes, sus familiares y sus pueblos, reclamaron una atención preferencial. No se les atendió, y el dengue avanzó y sigue avanzando.
El coronavirus terminó de destapar esas falencias, acumuladas año tras año, especialmente en estas últimas 3 décadas, período, como hubiera dicho Vallejo en el que "Jamás, señor ministro de salud, fue la salud más mortal".
Es que nuestros neoliberales críollos, fieles al dogma, y a despecho de lo que reza la Declaración Universal de los Derechos Humanos, condenaron a los servicios de salud pública a una sequía presupuestal permanente, mientras avanzaban a pasos agigantados en la privatización del sector, en su feroz mercantilización.
Seguramente que se formulaban, a lo bestia, la misma pregunta que en su tiempo se hizo un político de Texas "¿De dónde salió la idea de que todo el mundo merece educación gratuita, asistencia sanitaria gratuita, lo que sea gratuito? De Moscú. De Rusia. Salió del mismísimo infierno" (Paúl Krugman, La imperativa asistencia sanitaria).
La respuesta a su interrogante la tenemos en la precariedad de nuestro ordenamiento de salud pública, en su destroncamiento, que le está reventando en la cara de esa tecnocracia y sus gobiernos. El dengue y el coronavirus han petardeado las ilusiones del neoliberalismo, su ideario dogmáticamente antiestatista y antipopular.
Esa tecnocracia en el poder, sus políticos, ideólogos, y empresarios, hoy están jugando al muertito. Se camuflan, aunque siguen con el pie en alto, no hablan más de lo necesario, no quieren mirar hacia atrás, hacia esos 30 años de control omnímodo de los resortes del poder, y son los primeros en alinearse en la emergencia, sin dejar de sacar su troncha, ni de abdicar en su práctica crematística.
¡Embusteros!
Dijeron pensar en el Perú cuando les llenaban las arcas al fujimontesinismo, o le calentaban la mano a otros partidos de la derecha, o cuando una lumpenburguesía le rompía la mano a una tecnocracia corrupta. Ahora, cuando el Perú y los millones de millones de peruanos requieren auxilio para sobrevivir meten la mano la mano al bolsillo, pero a cuentagotas; o, como en el caso de los grandes mineros exonerándose de las leyes de emergencia, llegando a implementar una suerte de mitimaes siglo XXI, trasladando trabajadores desde Moquegua hacia Cajamarca, conforme lo denunció el presidente regional.
Finalmente, estamos seguros que esta peste será superada. Desde varios sectores se afirma que después de ella el Perú no será el mismo. Compartimos ese criterio, pero bajo una condición: que retomemos el espíritu crítico, la reflexión en voz alta, la lucha de ideas, el señalamiento de propuestas de corto y largo alcance.
El Perú se merece otro futuro.
Y si pensamos de esta manera creo que es tiempo de enjuiciar críticamente estos 30 últimos años, el manejo ideológico y político imperantes, y sobre todo de atrevernos a pensar en la necesidad imperiosa de construir otro orden económico y social.
El neoliberalismo capitalista hace agua en todo el planeta, el coronavirus ha terminado por llevarlo prácticamente a la bancarrota. Miren ustedes lo que está pasando en yanquilandia., o en Francia, o en Italia, o en Inglaterra, o en cualquiera de nuestros países vecinos.
Derrotar al coronavirus está en nuestros manos; y vencer ideológica y políticamente a la otra peste, encaramada en el poder desde hace 30 años, también depende de nosotros. Como Vallejo diremos: "hay, hermanos, muchísimo que hacer".
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