Se
lo dije ayer a Walter Miscán, mi vecino: no tengo nada contra los
venezolanos, al contrario desde chico desarrollé sentimientos
fraternales hacia ellos y hacia su país¿Por qué? La Escuela fiscal, La
Milla, de mi barrio de Monserrate, donde hice mis primeros estudios, se
llamaba República de Venezuela, y todos los lunes, después de entonar el
Himno Nacional del Perú, cantábamos el Himno Nacional de Venezuela:
Gloria al bravo pueblo...Mi cumpa Jorge Cabrejos, lo sabe tanto como yo,
él también estudió su primaria en el plantel señalado, como los Argote,
los Chinchay, los Archimbaud, los Villanueva, los Quesada, los
Villegas...Y a la entrada de la escuela, imponente, había un busto de
Simón Bolivar, a quien los profesores no dejaban de reventarle cuetes.
Había que ser bien quedadito para no sentir cariño por su linda tierra y
sus hijos. A sus diplomáticos, además, les debo el haber premiado mi
perfomance escolar con la única bicicleta que he tenido en mi vida. Una
Raleigh en la que aprendí a pedalear, y en la que el "gringo Walter"
hizo también sus pininos ciclísticos, para después convertirse en
campeón panamericano de ese deporte; una historia que conoce bien César
Barrera Bazán, el casmeño que antes de dedicarse a la política, le metía
bien a los pedales, especialmente en las competencias de ruta larga.
No puedo abrigar entonces sentimientos adversos a los hermanos venezolanos. Pero eso es una cosa; y otra es permanecer sordo y ciego ante la avalancha de hampones y criminales procedentes de lares llaneros que han aprovechado la largueza de las autoridades peruanas -promovida por el imperio norteamericano- para abrir nuestras fronteras de par en par a todo venezolano que diga que "está disconforme" con Maduro. No hay un día en el que los medios de información no abran sus espacios con las fechorías de esos malandros, que incluso le han entrado a disputar la hegemonía delincuencial a los hampones peruanos, -cuando no se han asociado- en espacios criminales tan lucrativos como el tráfico de drogas, la prostitución y el tráfico de hombres y mujeres.
Y no me vengan con el cuento de la lucha contra Maduro. Esa es la idea que nos han vendido nuestros gobernantes, chupamedias de antología. Al final, mientras el famoso grupo de Lima se pasea por aquí y allá, comiéndose y bebiéndose la plata de sus respectivos erarios, son los pueblos los que realmente pagan el pato ante la avalancha criminal de los malos hijos de Venezuela, a los que estúpidamente se les llama "extranjeros", cuando son tan venezolanos como Oscar de León, el tenor Alfredo Sadel, o la selección vinotinto de fútbol que hace temblar a los dirigidos por Gareca.
Dejemos que los venezolanos resuelvan sus problemas, rechacemos los protervos planes del imperio contra Venezuela, que al final repercuten entre los pueblos peruanos, y saquémosle tarjeta roja a los malandros; exigiéndole al gobierno peruano que deje de ponerse rodilleras cada vez que habla con los representantes del imperio del norte.
No puedo abrigar entonces sentimientos adversos a los hermanos venezolanos. Pero eso es una cosa; y otra es permanecer sordo y ciego ante la avalancha de hampones y criminales procedentes de lares llaneros que han aprovechado la largueza de las autoridades peruanas -promovida por el imperio norteamericano- para abrir nuestras fronteras de par en par a todo venezolano que diga que "está disconforme" con Maduro. No hay un día en el que los medios de información no abran sus espacios con las fechorías de esos malandros, que incluso le han entrado a disputar la hegemonía delincuencial a los hampones peruanos, -cuando no se han asociado- en espacios criminales tan lucrativos como el tráfico de drogas, la prostitución y el tráfico de hombres y mujeres.
Y no me vengan con el cuento de la lucha contra Maduro. Esa es la idea que nos han vendido nuestros gobernantes, chupamedias de antología. Al final, mientras el famoso grupo de Lima se pasea por aquí y allá, comiéndose y bebiéndose la plata de sus respectivos erarios, son los pueblos los que realmente pagan el pato ante la avalancha criminal de los malos hijos de Venezuela, a los que estúpidamente se les llama "extranjeros", cuando son tan venezolanos como Oscar de León, el tenor Alfredo Sadel, o la selección vinotinto de fútbol que hace temblar a los dirigidos por Gareca.
Dejemos que los venezolanos resuelvan sus problemas, rechacemos los protervos planes del imperio contra Venezuela, que al final repercuten entre los pueblos peruanos, y saquémosle tarjeta roja a los malandros; exigiéndole al gobierno peruano que deje de ponerse rodilleras cada vez que habla con los representantes del imperio del norte.
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