Lo conversábamos hace días con don Rolando Breña Pantoja, a propósito de las reuniones del Frente Amplio. Le decía que la izquierda de nuestros días, entre otras carencias, presenta dos debilidades flagrantes: una, el divorcio con las masas y dos, la falta de discusión, de deslinde -siempre en el marco de la unidad - de los diferentes destacamentos de vanguardia.
Coincidíamos con Rolando en que en los años 70 sucedía todo lo contrario. Una de las grandes fortalezas de la izquierda setentera era justamente su relación estrechísima con el pueblo, en la ciudad o en el campo. Existió una verdadera compartimentación partidaria: unos en determinados sectores de la clase obrera, otros en el campo, sin descuidar a los pueblos jóvenes, a los estudiantes, maestros, e incluso a los alumnos secundarios.
Las condiciones del trabajo político eran duras, todos los destacamentos partidarios de la izquierda tenían sus aparatos clandestinos; lo rescatable, sin embargo era que desde la clandestinidad o desde el trabajo abierto, legal, se estaba al tanto del palpitar del pueblo, no desde afuera sino desde adentro.
El Paro Nacional de 1977, como en el Paro de la carretera central que lo antecedió semanas antes, y los paros nacionales posteriores - cuando periclitaba la dictadura militar- no pueden explicarse sin examinar esa vinculación con las masas populares.
Del mismo modo, ya no existe esa discusión abierta, pública, frontal, en la que se fueron cribando los líderes de entonces y las propias posiciones políticas. Deslindes que se iniciaron en las universidades, pero que posteriormente se trasladaron a los gremios de vanguardia: mineros, metalúrgicos, textiles, campesinos, pueblos jóvenes... y que reflejaban las reflexiones escritas de los diferentes partidos de izquierda que permanentemente daban a conocer sus pronunciamientos sobre el momento político que se vivía y que se traducían en llamamientos y consignas de organización, educación, propaganda y agitación.
Coincidíamos con Rolando en que en los años 70 sucedía todo lo contrario. Una de las grandes fortalezas de la izquierda setentera era justamente su relación estrechísima con el pueblo, en la ciudad o en el campo. Existió una verdadera compartimentación partidaria: unos en determinados sectores de la clase obrera, otros en el campo, sin descuidar a los pueblos jóvenes, a los estudiantes, maestros, e incluso a los alumnos secundarios.
Las condiciones del trabajo político eran duras, todos los destacamentos partidarios de la izquierda tenían sus aparatos clandestinos; lo rescatable, sin embargo era que desde la clandestinidad o desde el trabajo abierto, legal, se estaba al tanto del palpitar del pueblo, no desde afuera sino desde adentro.
El Paro Nacional de 1977, como en el Paro de la carretera central que lo antecedió semanas antes, y los paros nacionales posteriores - cuando periclitaba la dictadura militar- no pueden explicarse sin examinar esa vinculación con las masas populares.
Del mismo modo, ya no existe esa discusión abierta, pública, frontal, en la que se fueron cribando los líderes de entonces y las propias posiciones políticas. Deslindes que se iniciaron en las universidades, pero que posteriormente se trasladaron a los gremios de vanguardia: mineros, metalúrgicos, textiles, campesinos, pueblos jóvenes... y que reflejaban las reflexiones escritas de los diferentes partidos de izquierda que permanentemente daban a conocer sus pronunciamientos sobre el momento político que se vivía y que se traducían en llamamientos y consignas de organización, educación, propaganda y agitación.
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