jueves, 8 de marzo de 2012




El diario de Pumaruna


Prácticamente se han agotado mis vacaciones, hay que volver a las aulas, pero creo que aprovechando un cachito de tiempo que me sobra puedo alcanzarles algunos comentarios sobre el diario íntimo (1959-1963) de Ricardo Letts Colmenares, corajudo dirigente de la izquierda peruana, mil veces protagonista de las idas y venidas de los conglomerados que la representaron o representan; pero además padre putativo, políticamente hablando, de la mayoría de políticos zurdos despectivamente conocidos hoy como caviares, pero que dieron sus primeros pasos partidarios en Vanguardia Revolucionaria (1965-1984), organización fundada por Letts, Napurí, Murrugarra y otros, de la cual don Ricardo – o Américo Pumaruna, seudónimo que utilizó en los duros años de la clandestinidad- llegó a ser Secretario General en 1968.

El diario de Pumaruna ha sido publicado bajo el nombre de La Ruptura, y sus 302 páginas contienen lo que en realidad vendría a ser el paleolítico del reconocido dirigente, en cuyo curso contradictorio fue templando carácter y voluntad para dar el salto que lo llevaría a romper con ese pasado y presente, que ideológica y políticamente lo encarceló y atormentó antes de que decidiera sumarse a las filas de quienes querían cambiar radicalmente el país.

Hay varias formas de meterle diente al diario Letts: lo puede hacer un sociólogo interesado en la estructuración de las clases sociales en la Lima de mitad del siglo XX; aunque también hay espacio para un antropólogo inquieto por la vida y milagros culturales de la burguesía limeña, o quizá en los desmesurados espacios ganados por la religión católica en la juventud limeña de entonces; sin soslayar la posibilidad de que siempre desde el campo de las ciencias sociales existan quienes quieran agregar algunos elementos de juicio para afinar hipótesis sobre los devaneos políticos del arquitecto Belaúnde Terry y su partido Acción Popular, del cual formó parte Letts en sus primeras escaramuzas partidarias.

Lo interesante es, además, que se tratan de notas escritas al filo del día a día, gran parte de ellas en medio de dolorosas crisis existenciales del autor, no trabajadas por tanto exprofesamente para ser publicadas, y que casi en crudo – las correcciones son inevitables cuando se quiere evitar herir susceptibilidades- han sido puestas a disposición de los lectores con el objetivo, según Pumaruna, de responder a la pregunta tantas veces formulada: ¿cuáles pueden ser las razones por las que el hijo de una prominente familia burguesa lo abandona todo para dedicarse a trabajar por la revolución en el país? Porque se puede disentir políticamente de Pumaruna, pero lo cierto es que el hombre se la jugó y se la sigue jugando por transformar este país desde sus raíces. Por esta causa abandonó estatus, religión, familia, oportunidades mil, que fácilmente pudo alcanzar, pero que las dejó de plano para colocarse al lado del pueblo en la búsqueda de materializar la utopía socialista.

Desde el diario afloran esas razones. El propio entorno social jugó en contra de los sueños familiares de que Letts fuera quizá el líder empresarial familiar. La sensibilidad de don Ricardo encontró en el propio modo de vida de la familia más de una causa para cultivar la apostasía. La pobreza de los trabajadores del fundo paterno, por ejemplo, donde Pumaruna se fogueó como ingeniero agrónomo animó el espíritu levantisco del joven:

“¿Y esta gente?, ¿y esta pobre gente? Yo creí que no iba a llorar y he llorado, y estoy llorando ahora…y juro, juro ahora que será todo por esta gente, por este pueblo triste y sufriente, por este pueblo miserable y explotado; juro que será todo por este pueblo que se levanta para luchar con todas sus fuerzas por unos injustos once soles con ochenta centavos y trescientos gramos de arroz, y trescientos gramos de frijoles, y mantener a una familia. Una familia...¿con once ochenta? (20 de febrero de 1960. p.126).

No se piense, sin embargo, que sólo desde esta realidad puede desarrollarse apostasías, en el exclusivo club Waikiki Letts también encontró insumos para su rebeldía:

“…Waikiki representa – aparte de ser un club exclusivo y de millonarios- a un grupo de reaccionarios y conservadores cien por cien. Es interesantísimo conocerlos, es interesantísimo saber lo que piensan y cómo reaccionan” (7 de marzo de 1959, p.67). Millonarios que desde el ángulo crítico que Letts iba asumiendo, de seguro que solo pensaban “en el vano enriquecimiento, en frivolidades, en el placer, en el dinero, o en la maldad y la venganza” (7 de febrero de 1959, p. 57).

El joven Letts no rehuye esas frivolidades, ese placer, es un partícipe de ellas, lo anota en su diario:

“…estuvimos en el Neptuno (con su amiga Leti. A.M.) es simpática, es muy rica, tiene unos besos como los de Nancy, y unos encantos, y una voz como la de Mitzy; tiene unos senos como los de Charo, y unas nalgas como las de Aida; lo único que quien sabe le falte un poco es tamaño, que fuese como Marta, por ejemplo. Qué senos que tiene Marta; también así, iguales o mejores, son los de Leti” (9 de enero de 1960, p. 111).

¿Qué diferencia entonces al joven Letts del resto de los jóvenes que lo acompañan en esas aventuras amorosas? La respuesta está en su profunda religiosidad. Letts fue un militante a forro del catolicismo; la religión fue la primera tabla de salvación que encontró a sus inquietudes existenciales, pero desde su fanatismo fue descubriendo también la hipocresía y la mentira de quienes lo rodeaban, hombres y mujeres, jóvenes y mayores. Cuando descubrió que sus rezos, ruegos a Dios y llantos de nada servían para acabar con el mundo de injusticia, expoliación e inmoralidad galopante que lo calcinaba pues sencillamente dejó la religión. “Hoy no tengo más a ese dios católico, a ese dios cristiano, pero siento respeto por católicos y cristianos verdaderos”, escribió en su diario el 2 de abril de 1963. p. 278.

Ahora bien, tan importante como el entorno inmediato en la conversión de Pumaruna, fue el contexto económico y social del país. La modernización capitalista ha ganado terreno en el Perú de la segunda mitad del siglo XX, pero como siempre ocurre con esas modernizaciones, ellas son engañosas: la feudalidad supérstite no ha sido cancelada, miles de miles de campesinos permanecen anclados en el pasado, sujetos a los humores de los terratenientes de horca y cuchillo. Las marejadas sociales en el campo, como también los movimientos urbanos, son parte del día a día. Blanco, Heraud, el teniente Vallejo, de la Puente, Lobatón, Velando…se han atrevido a alzarse en armas, el Perú es un hervidero. Acción Popular fue un fiasco más, el joven Letts lo ha vivido en carne propia, Cooperación Popular fue su trinchera, pero todo fue en vano. Hay que hacer algo, la revolución es una necesidad histórica, el ejemplo de Cuba está en la mira, un nuevo mundo parece estar alumbrando, los cubanos lo anuncian diariamente por radio y el ingeniero Letts, en el fundo de Sayán, a solas, va direccionando su conciencia, la visita a la Habana cae por su propio peso. Ha llegado la hora de Américo Pumaruna.

“Vamos a la Sierra, vamos al campo, vamos con el campesino, luchemos con él y si hay que morir…muramos, pues, en la línea correcta y con él” (Escrito quizá el 28 de setiembre de 1963. p. 300).

Lima, marzo de 2012

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