lunes, 17 de octubre de 2011


EL ESTABLO
DE AUGÍAS


Cuando en el seno de la izquierda, hace una buena cantidad de años, se discutían las ventajas y desventajas de la participación en el seno del parlamentarismo burgués, quienes se oponían a ello desde su preocupación por la pérdida de la perspectiva revolucionaria, nunca imaginaron los niveles de degradación ideológica y política a los que se podía llegar en los escenarios de la democracia burguesa.

El último suceso que ha ganado la primera plana de los diarios y que jaquea por enésima vez al congreso nacional, es la investigación a la que están siendo sometidos por el ministerio público un conjunto de legisladores de diferentes tiendas políticas. Las acusaciones van desde lavado de activos hasta proxenetismo, y si bien el listado hecho público por la mesa directiva del congreso llega a 11 miembros, hay quienes afirman que podrían llegar a 40 el número de involucrados en diferentes delitos; si contar los casos que prioritariamente está atendiendo la Comisión de Ética ni el reciente affaire del congresista y segundo vicepresidente del Perú, comprometido supuestamente en un tráfico de influencias.

¿Qué demuestra ello? Pues sencillamente que estamos ante una nueva demostración de la crisis de la democracia burguesa,del parlamentarismo que le es consustancial y del envilecimiento de la política. Obsérvese que en el caso que comentamos no se trata de la falta de representatividad de ese congreso, divorciado como está de los pueblos del Perú y de sus intereses concretos - que se quiere superar descentralizando las sesiones del congreso y sus comisiones-, porque lo que ha explotado es la forma en la que hoy se reclutan a los futuros congresistas y en la que están comprometidas tanto las fuerzas de derecha como de izquierda o simplemente progresistas.

Justamente, días antes de que se hiciera conocida la investigación a los legisladores, el Movimiento Convergencia Popular, con asiento en el norte del país, daba a conocer un documento de trabajo en el que se puede leer, en relación a los hechos que se comentan:

"...asistimos a una creciente mercantilización y hasta gansterización de la política, fenómenos por los que observamos cómo las campañas electorales se han convertido en verdaderos mercadillos de compra-venta de conciencias y de votos, en ferias marqueteras que venden rostros y figuras con slogans propios de detergentes, cervezas o gaseosas, o en los que narcotraficantes y mafiosos de toda condición mueven millonarias sumas de dinero para llevar a instancias del poder a sus ahijados"
.

En otras palabras, la política en el Perú se ha prostituido al dejar de ser ese quehacer de servicio, científico y pedagógico, enlazado programática y éticamente con el desarrollo de una opción de cambio, de transformación económica y social, puesta al servicio del desarrollo del país y de materialización de los sueños de los millones de necesitados de la ciudad y el campo. Quehacer noble, supremo y profundamente humano el de la politica, que elevaba a sus gestores y cultores a niveles de conciencia superiores; aptos por tanto para desde las confrontaciones sociales del presente ir afirmando el porvenir en la organización de las fuerzas que lo harían realidad.

La derecha en el Perú, salvo honrosas excepciones, siempre ha sido amante de los cambalaches y cuchipandas de todo tipo, cuando no apelaba al cuartelazo y a los espadones. Lo nuevo, si se quiere, en esas fuerzas siempre conservadoras o retardatarias, lo han impuesto sus facciones ultramontanas que a través del fujimontesinismo - versión criolla del neoliberalismo- terminaron. en las últimas décadas, de degradar la política, de encanallarla, convirtiéndola, como en la mitología griega, en un gigantesco establo de Augías, cubierto de excremento de extremo a extremo.

Nada entonces, en el campo de la política peruana, puede ya sorprendernos. Como tampoco puede extrañarnos que la izquierda, enzarzada en su propia crisis, no haya sido capaz de oponerse al desarrollo de tales prácticas; constatándose más bien, en no pocos casos, que muchos de sus otroras cuadros y gremios se hayan convertido, en escenarios tradicionalmente progresistas y renovadores, en epígonos de esa perversión ideológica para servir a los intereses de grupos, clanes y mafias variopintas, a cada cual más corrupto.

La regeneración moral del país, la lucha contra la degradación ideológica y la corrupción, pasa hoy entonces por volver a hacer de la política una actividad que eleve moral y éticamente a sus cultores, que atraiga a las juventudes y a las masas populares que asqueadas de esa degeneración buscan nuevos horizontes, en un contexto en el que los trabajadores y pueblos, agobiados por problemas no resueltos, se aprestan a nuevas jornadas de pelea por sus reivindicaciones más sentidas.

Esa indignación puede constituirse en el fermento de una nueva etapa en el desarrollo del movimiento popular y de su conciencia política, a condición claro está de que el establo de Augías sea totalmente barrido.


Lima, octubre de 2011





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