CUADROS NUEVOS, VICIOS VIEJOS
El comportamiento de varios de los cuadros nuevos que han asomado a la política nacional en los últimos tiempos, nos está revelando cuan dificil y complejo resulta contar con líderes que en la hora actual coadyuven a la renovación del quehacer político, envilecido, bien lo sabemos, por concepciones y prácticas antiéticas, utilitaristas y crematísticas, divorciadas todas ellas de lo que se supone debe ser una praxis vinculada estrechamente a las mejores aspiraciones de los pueblos y al desarrollo y bienestar del país.
Conste, sin embargo, que no me estoy refiriendo específicamente a aquellos congresistas que a ojo de buen cubero deberían estar ya en sus casas o en el banquillo de algún tribunal de la república por sus estrechas relaciones con negocios nada santos - ¡hasta un proxeneta existe en el congreso!-; más bien estoy pensando en aquellas figuras con hojas de vida intachable, pero que a la hora de la verdad, en el ejercicio de sus altas reponsabilidades, manifiestan vicios conceptuales y estilos de trabajo que se suponía - equivocadamente por cierto- los habían superado en el proceso de negación de la política tradicional criolla practicada, por señalar experiencias, por el aprofujimorismo.
Don Omar Chehade, congresista y vicepresidente de la república es uno de los casos que merecen atención. Es un cuadro joven que se ha ganado a pulso el posicionamiento que hoy ostenta. Pero sucede que don Omar, a pesar de su juventud y de su relación reciente, fresca, con el quehacer político nacional, nos está mostrando raciocinios viejísimos, en el tema del porqué debemos hacer política en el país. Para el flamante vicepresidente, miembro - no está demás decirlo- del partido gobernante, uno hace política para ser premiado con un puesto en el aparato estatal.
"Si un partido gana las elecciones y después abdica de la posibilidad de entrar con su gente, entonces para qué postulamos", ha dicho don Omar,en una declaración pública con la que pretende, muy suelto de huesos, justificar el ingreso masivo de sus correligionarios a EsSalud; palabras que no resultarían extrañas en la boca de un aprista o de un fujimorista, pero que resultan pecaminosas en la de un militante de un partido que en la letra busca cambiar todo lo negativo, que existe en el país, empezando por supuesto con la praxis política.
Esa concepción de la política le ha hecho mucho daño al país, la arrastramos, en la historia republicana, desde el siglo XIX, años de caudillaje y clientelas; impropias, desde todo punto de vista para partidos políticos modernos, formalmente doctrinarios y democráticos. El caudillo no tiene otra cosa que ofrecer a sus seguidores que no sean prebendas; el líder, el dirigente, el cuadro de un partido convoca a adherirse a un ideario, a una propuesta programática, a una utopía por alcanzar. El ser diputado, ministro o si se quiere presidente de la república no es sí un objetivo, como tampoco debe ingresarse a un partido democrático y progresista, para hacerse de un puesto en el aparato estatal, para agilizar un título de propiedad, o para salir bien parado en algun juicio que nos quita el sueño.
El señor Chehade está en un error, alguien debe convocarlo y persuadirlo de que tiene que cambiar su raciocinio, salvo que su partido esté conscientemente desarrollando políticas de esa naturaleza porque así entiende las cosas. Si fuese este el caso, entonces no habría diferencias con lo que han hecho los anteriores partidos gobernantes.
Desde esta perspectiva, se tiene que ser crítico con la señora García Naranjo, ministra de la mujer, que ante la tragedia de Cachachi, donde murieron 3 niños y muchos otros fueron afectados por una intoxicación con pesticidas, no tuvo la reacción adecuada para hacer frente al suceso, dejándose llevar por la rutina y el burocratismo. No está en juego aquí la probidad de la ministra, lo que está en cuestión es su eficiencia en el cargo, que no puede ser evaluada con los mismos parámetros que se enjuició a las anteriores responsables de la cartera. Estamos frente a una mujer de izquierda, que se ha incorporado al gobierno justamente para demostrarle al pueblo qué es posible actuar de otra manera, que por lo tanto la indolencia, el rutinarismo o las visiones burocráticas no van con ella, estando en juego aspiraciones tan justas como el de la llamada inclusión social.
De otro lado, si se siguió con atención y críticamente la presentación de la ministra García Naranjo en el Congreso, se coincidirá en la siguiente apreciación: en la derecha, sea cual sea el rótulo que hoy ostenten sus diferentes facciones, nada ha cambiado, sus propios cuadros jóvenes siguen con el mismo rollo, con la misma matriz conceptual. Pongo por delante dos ejemplos: el de los ex comentaristas deportivos, Beingolea y Vaccelli, que en sus intervenciones mostraron el mismo afiebrado antiizquierdismo de sus mayores. Ni una idea nueva, ningún análisis serio de la situación, ninguna propuesta que escape a su rabia antidiluviana e ineptitud conceptual de siempre.
El tema de los cuadros, de los nuevos líderes, debe ser por ello materia prioritaria de la agenda organizativa de los partidos que apuestan por el cambio y el progreso, estén o no en el gobierno. Recuérdese aquella recomendación clásica, valedera para todas las responsabilidades: decidida una propuesta, una línea de acción, los cuadros son los que deciden todo. Una excelente propuesta puede venirse abajo por los raciocinios y prácticas de quienes debiendo estar en la vanguardia, en los hechos están en la retaguardia en el cumplimiento de sus responsabilidades.
Conste, sin embargo, que no me estoy refiriendo específicamente a aquellos congresistas que a ojo de buen cubero deberían estar ya en sus casas o en el banquillo de algún tribunal de la república por sus estrechas relaciones con negocios nada santos - ¡hasta un proxeneta existe en el congreso!-; más bien estoy pensando en aquellas figuras con hojas de vida intachable, pero que a la hora de la verdad, en el ejercicio de sus altas reponsabilidades, manifiestan vicios conceptuales y estilos de trabajo que se suponía - equivocadamente por cierto- los habían superado en el proceso de negación de la política tradicional criolla practicada, por señalar experiencias, por el aprofujimorismo.
Don Omar Chehade, congresista y vicepresidente de la república es uno de los casos que merecen atención. Es un cuadro joven que se ha ganado a pulso el posicionamiento que hoy ostenta. Pero sucede que don Omar, a pesar de su juventud y de su relación reciente, fresca, con el quehacer político nacional, nos está mostrando raciocinios viejísimos, en el tema del porqué debemos hacer política en el país. Para el flamante vicepresidente, miembro - no está demás decirlo- del partido gobernante, uno hace política para ser premiado con un puesto en el aparato estatal.
"Si un partido gana las elecciones y después abdica de la posibilidad de entrar con su gente, entonces para qué postulamos", ha dicho don Omar,en una declaración pública con la que pretende, muy suelto de huesos, justificar el ingreso masivo de sus correligionarios a EsSalud; palabras que no resultarían extrañas en la boca de un aprista o de un fujimorista, pero que resultan pecaminosas en la de un militante de un partido que en la letra busca cambiar todo lo negativo, que existe en el país, empezando por supuesto con la praxis política.
Esa concepción de la política le ha hecho mucho daño al país, la arrastramos, en la historia republicana, desde el siglo XIX, años de caudillaje y clientelas; impropias, desde todo punto de vista para partidos políticos modernos, formalmente doctrinarios y democráticos. El caudillo no tiene otra cosa que ofrecer a sus seguidores que no sean prebendas; el líder, el dirigente, el cuadro de un partido convoca a adherirse a un ideario, a una propuesta programática, a una utopía por alcanzar. El ser diputado, ministro o si se quiere presidente de la república no es sí un objetivo, como tampoco debe ingresarse a un partido democrático y progresista, para hacerse de un puesto en el aparato estatal, para agilizar un título de propiedad, o para salir bien parado en algun juicio que nos quita el sueño.
El señor Chehade está en un error, alguien debe convocarlo y persuadirlo de que tiene que cambiar su raciocinio, salvo que su partido esté conscientemente desarrollando políticas de esa naturaleza porque así entiende las cosas. Si fuese este el caso, entonces no habría diferencias con lo que han hecho los anteriores partidos gobernantes.
Desde esta perspectiva, se tiene que ser crítico con la señora García Naranjo, ministra de la mujer, que ante la tragedia de Cachachi, donde murieron 3 niños y muchos otros fueron afectados por una intoxicación con pesticidas, no tuvo la reacción adecuada para hacer frente al suceso, dejándose llevar por la rutina y el burocratismo. No está en juego aquí la probidad de la ministra, lo que está en cuestión es su eficiencia en el cargo, que no puede ser evaluada con los mismos parámetros que se enjuició a las anteriores responsables de la cartera. Estamos frente a una mujer de izquierda, que se ha incorporado al gobierno justamente para demostrarle al pueblo qué es posible actuar de otra manera, que por lo tanto la indolencia, el rutinarismo o las visiones burocráticas no van con ella, estando en juego aspiraciones tan justas como el de la llamada inclusión social.
De otro lado, si se siguió con atención y críticamente la presentación de la ministra García Naranjo en el Congreso, se coincidirá en la siguiente apreciación: en la derecha, sea cual sea el rótulo que hoy ostenten sus diferentes facciones, nada ha cambiado, sus propios cuadros jóvenes siguen con el mismo rollo, con la misma matriz conceptual. Pongo por delante dos ejemplos: el de los ex comentaristas deportivos, Beingolea y Vaccelli, que en sus intervenciones mostraron el mismo afiebrado antiizquierdismo de sus mayores. Ni una idea nueva, ningún análisis serio de la situación, ninguna propuesta que escape a su rabia antidiluviana e ineptitud conceptual de siempre.
El tema de los cuadros, de los nuevos líderes, debe ser por ello materia prioritaria de la agenda organizativa de los partidos que apuestan por el cambio y el progreso, estén o no en el gobierno. Recuérdese aquella recomendación clásica, valedera para todas las responsabilidades: decidida una propuesta, una línea de acción, los cuadros son los que deciden todo. Una excelente propuesta puede venirse abajo por los raciocinios y prácticas de quienes debiendo estar en la vanguardia, en los hechos están en la retaguardia en el cumplimiento de sus responsabilidades.
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