lunes, 5 de septiembre de 2011



NO ME PIDAS

QUE TE QUIERA...


Anamelba, la novia del bolero, la huanuqueña que en los 60 - años de oro del bolero peruano- fue capaz, con su portentosa voz de pararle los machos a ese monarca del bolero que se llamó Julio Jaramillo, de quien finalmente, enredada en las propias letras de sus canciones cebolleras, terminó perdidamente enamorada, ocupa ya su lugar en el Olimpo de los dioses de la canción romántica.


Se fue de esta villa de amores y desamores vencida por un cáncer que le guillotinó primero la voz, luego la vida, pero que nunca le pudo cercenar la ganas de amar y de sentirse amada, porque ¡léalo bien! Anamelba murió enamorada de la vida, de sus hijos y nietos, y del hombre, Hugo de la Cruz, a quien de seguro, hasta el final de su existencia, le susurró, no me pidas que te quiera/porque te estoy adorando, como dice Albricias, la canción que la lanzó al estrellato y que todavía podemos escucharla en esas rockolas que se resisten a morir en la vieja Lima, que estoy seguro seguirán viviendo mientras seamos capaces de oponernos a la robotización de nuestra vida sentimental.


Nunca entenderé por ello los amores cibernéticos de estos días. Pertenezco a una generación que agonizaba amando, porque en cada amor, incluso en los prostibularios y con mayor razón en los prohibidos, se nos iba la vida. Para fraseando al maestro Víctor Delfín hay que amar a la amada como los verdaderos marinos aman a sus barcos. ¿Y como amar de esta manera? El mismo Delfín nos lo dice: como los navegantes reparan las velas de sus botes, hay que zurcir las heridas que provocamos, pintar esa velas con el mejor de nuestros colores, de proa a popa y llenarlas de afecto y ternura, de babor a estribor, dejándonos llevar por la brujula del corazón que es la única que nos puede orientar hacia el puerto de la esperanza...


Anamelba, como Lucho Barrios o el propio Jaramillo siempre estarán presentes en el imaginario de quienes hacemos del amor una agonía, porque cada una de sus canciones reflejan las estaciones por las que inevitablemente se tienen que pasar en esos trances. Utilizando la metáfora del mar, no siempre las aguas están calmas, suelen también estar encrespadas; las primeras semejarán verdaderas pascanas por la tranquilidad y el sosiego, pero las segundas pueden hacernos encallar. Un buen marinero del amor gozará con las primeras, pero muchas veces preferirá las segundas, porque serán éstas las que finalmente lo convertirán en un verdadero capitán de amores, diestro para navegar en cualquiera de las aguas que el destino le depare.


Si llevásemos así las cosas en estos asuntos del amor, estoy seguro que al final, a la hora de las recapitulaciones podríamos preguntar, sin avergonzarnos, como lo hace Delfín, a sus ochenta y tantos pirulos de existencia:



Y dígame de una

vez si hay algo mejor

en esta vida

que una mujer desnuda,

no importa si es blanca,

azul,morena,rubia,

india o de piel tostada, cristiana, judía

o musulmana.

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