domingo, 15 de noviembre de 2009

OMARA, SIMPLEMENTE
OMARA...


Marta Valdés

(Palabras)


Hacia algún rincón del Parque Trillo, hacia el contén de alguna acera del barrio habanero de Cayo Hueso, deben haber salido volando los aplausos que coronaron, la noche del 5 de noviembre de 2009, a aquella niña a quien todos los días, disciplinadamente, se le veía ir y venir entre la casa y la escuela. Han pasado muchos años pero los parques y las aceras de los barrios donde nace la gente que tiene grandeza por haber venido al mundo con luz propia, no se dejan alterar por el paso del tiempo sino que se erigen en custodios (por si acaso alguna vez) y -miren-, precisamente de eso se trata.

Los padres de Omara le habían enseñado a dar los buenos días, a pedir permiso y a tratar de “usté”, así como a escuchar con gusto las canciones que ambos entonaban. Todo esto aprendió hace tiempo la niña, pero sobre todo -y desde entonces- la costumbre de dar las gracias ha sido algo que, siempre, ha tenido a bien. Ya adolescente, se dio cuenta del valor que puede encerrar, para una naturaleza a la vez disciplinada y voluntariosa como la suya, la práctica -sostenida por ella con verdadero virtuosismo en el desempeño de su quehacer- de colocarse al amparo de una sabia dirección. Repasamos los episodios de su vida artística y comprobamos, con asombro, que una de las constantes de su desarrollo hacia una personalidad única, aflora, precisamente, desde su condición de integrante de algún grupo. Así, vemos a una Omara que nada tiene de “alocada”, aportando talento, alegría y color muy propios, a aquel conjunto de músicos igualmente jóvenes, que se hacen llamar Los loquibambia. Años más tarde, la vemos dejarse moldear por Aida Diestro en el seno de su memorable cuarteto.

De esas dos experiencias, emerge la primera Omara solista, en condiciones verdaderamente atípicas, cuando Julio Gutiérrez decide lanzarla por la vía discográfica, es decir, comenzando por aquel paso que constituye la meta de los intérpretes -dejar su arte registrado en un disco, mucho antes de acometer la etapa de las presentaciones en vivo, que solía ser el comienzo en casi todas las carreras-. Sabia por naturaleza, su debut sorprende al público amante de la canción con el LP Magia Negra, que aparece en 1960 bajo el sello Velvet y en cuyos surcos podemos escuchar, desempeñando el papel acompañantes, a una selección de músicos de primer orden. Esta grabación proclama el nombre de la solista -hasta entonces mencionado sólo de paso, a propósito del cuarteto-y nos entrega, no a una debutante (como no sea a los efectos del mercado discográfico) sino a una esplendorosa, recia y versátil personalidad, lista para merecer cualquier elogio; digna de alzar, en señal de triunfo, cualquier trofeo. Una larga y exitosa trayectoria recorrerá -en lo adelante- Omara Portuondo, ya renombrada por todos para siempre, con verdadero empecinamiento, como Omara.

Genio y figura, en una etapa más cercana a nuestros días retoma el desarrollo y la proyección de su vida artística desde el seno de un grupo. No se trata, ahora, de un puñado de geniecillos confluyendo bajo el signo de una locura -verdaderamente bendita-para luego transformarse, por obra de ese mismo bautizo, en verdaderos puntales de la música cubana del siglo XX como lo han sido, a la par que ella, Frank Emilio y José Antonio Méndez. Omara, la que portara en ocasión de esa aventura musical maravillosa y fugaz -como parte de un divertido ardid de sus amigos-el apellido “Brown”; Omara. la más disciplinada entre las integrantes del Cuarteto D’Aida, cuya fibra tan especial avizorábamos sólo cuando (con permiso de su directora) se salía del plato y de qué manera, emprende ahora una especie de nado de espaldas, apretándose en impresionante abrazo a esa pléyade de solistas, todos enclavados en la categoría de estrellas, agrupados bajo el nombre de Buenavista Social Club. Son entonces los escenarios del mundo quienes la reclaman; quienes solamente en cortas temporadas nos la dejan tener por acá para encontrarla por la calle devolviendo un saludo, deteniéndose a conversar -cuando el apuro se lo permite- con cualquiera de quienes la sabemos parte de la luz y los olores, del ruido y el chubasco que se entretejen en la vida diaria de nuestra tierra querida.

Nada, que en Cuba estamos contentos porque tenemos una diva preciosa, de bata larga y sandalias ligeras, a quien vemos ya de cuánto le ha valido aprender, de sus mayores, a dar gracias tal como lo está haciendo, por el simple hecho de poder permanecer ahora -y para siempre- apretada a los demás en su entrega mientras reparte, en una acción que no divide sino, por el contrario, multiplica, los dones emanados de una lección más que bien aprendida.
La Habana, 6 de noviembre de 2009


Publicado en Cubadebate con el título
de Omara, una lección más que bien
aprendida.
8 de noviembre de 2009

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