viernes, 4 de septiembre de 2009

DONDE YACE EL OLVIDO



Putis:

Taytallay imamantañam caynataña castigawankiku

Enma Díaz Rojas

Las tres de la mañana del 29 de agosto de 2009 un grupo de personas nos preparamos para poder participar en el entierro de 92 féretros en el poblado de Rodeo a 160 kilómetros de Ayacucho; el 29 de agosto de 1984 ninguna de estas 92 personas podía presagiar lo que meses después le tocaría vivir, tal vez un día como ése yo estaba bajo la protección de mi madre, pero ¿quién velaba por estas 92 personas? ¿Quién?

Durante el viaje me iba preguntando qué es lo que iba a encontrar, pese a trabajar muchos años muy cerca a esa zona donde la pobreza y la soledad son las eternas compañeras de aquellos parajes desolados; en cada movimiento del carro imaginaba encontrar un lugar con casas agrupadas, una escuela y algunos servicios básicos; ¿acaso no fue el limitado acceso y la pobreza las que provocaron tanto dolor?, supuse por un instante que el Estado pudo ser más consciente y por lo menos dotar a estas zonas tan golpeadas de los servicios mínimos para vivir dignamente: una pileta de agua que abastezca a la población, energía eléctrica y una escuela que albergue a sus niños, sin embargo mi sorpresa fue grande pese a ya saber con el escenario que me toparía: un lugar con casas dispersas, sin agua, sin luz, sin una escuela, sin una esperanza siquiera de un futuro. Uno piensa que de los errores se aprende, ¿no debería ser así?, ¿25 años después que fue lo que cambió? NADA

Solté un suspiro muy hondo tratando de asimilar lo que estaba observando, di unos cuantos pasos y me topé con una escena que jamás imaginé ver, delante mío iban desfilando unas cajas blancas donde yacían los restos de aquellos seres humanos que que fueron cruelmente asesinados por el ejército en el poblado de Putis en diciembre de 1984, convirtiéndose así en víctimas de la brutalidad descontrolada de unos seres iguales a ellos, que solo se diferenciaban por vestir uniformes y portar armas.

En medio de las 3 filas de cajas blancas, los familiares van preguntando dónde está (Maypitaq kachkan) Rita Condoray, Agripina Curo, Ernesto, ayúdeme a buscar niña (maskaysiway niñacha) dice una voz acongojada con un ramo de flores marchitasen las manos y ellas parecieran decir: ya llegamos, ya estamos en la última parada, ya no hay necesidad de estar radiantes o llenas de vida, si es aquí donde nos quedaremos, donde el viento rozará nuestros pétalos durante el día y la noche, donde el sol y la luna harán lo suyo hasta que nos convirtamos en una partícula más de este inmenso paraje desolado…

Dentro de la multitud escucho una voz llorosa y es Leonilda que va acompañando el cortejo fúnebre con la incertidumbre de que en una de las cajas pueda o no estar su ser querido, mientras llora, su pequeña le pregunta mamay kaypichu kachkan “Totinchanchiq” (¿mamá aquí esta nuestro Totín?), refiriéndose al ser que perdieron y ella con voz entrecortada le responde: imaynach, waknin cajunpich tulluchankuna richkan, imaynaraq (no lo sé, en uno de esos cajones han de estar yendo sus huesitos, no lo sé), deja escapar un suspiro muy hondo y se echa a llorar y en son de reclamo dice: taytallay imamantañam caynataña castigawankiku, qochaykuwanchu umaykita nanachiraniku, taytallay perdunnikita chayachimuwayku (Dios mío, por qué nos castigas de esta manera, acaso con nuestros pecados te hemos hecho doler la cabeza, Dios mío haznos llegar tu perdón).

Unos cuantos pasos más y los ataúdes llegan a su parada final, ya dan casi las 12 del día, los familiares de las víctimas empiezan a realizar una especie de ritual (dicen para acompañarlos en su largo caminar), unos encienden velas y empiezan a rezar sus plegarias, dan cánticos, otros se sientan alrededor del ataúd y comparten la hoja sagrada de la coca (fiel compañera de lamentos, tristezas y alegrías) comentando el doble sentimiento que tienen, tristeza por haber perdido y alegría por haber encontrado a ese ser querido que hace 25 años no ven. Hasta ese momento muchos de ellos contienen el dolor, tal vez por la idea de que aunque en un ataúd, ese ser querido aun está con ellos.

Sin embargo el momento de la despedida llega y todos rompen en un llanto desgarrador, pues ya no los volverán a ver nunca más, pero queda la tranquilidad de que por lo menos tendrán un lugar donde llorarlos.

Mientras los ataúdes se dirigen a su última morada, alguien grita justicia, justicia, es Carmela quien con rabia, impotencia e indignación dice: ¡llacctayqa manam terroristachu! (¡mi pueblo no es terrorista!) y todos en coro responden ¡Justicia¡ ¡justicia!

En medio de ese clamor de justicia, le pregunté a uno de mis compañeros ¿si me sucediera algo aquí, quien sabría por lo que estoy pasando? Y él me respondió: NADIE, que respuesta más dura y sincera, pues si, nadie podría saber mi desesperación y mi angustia, pues si nadie sabe que existo ¿cómo podría ayudarme? , ¿Cómo saber que hay alguien en un lugar como éste?

Muchas veces nos dedicamos a vivir en nuestro mundo sin imaginar las cosas que hay más allá de ese pequeño espacio que hemos diseñado solo para nosotros, sin ni siquiera pensar que más allá hay seres humanos que están luchando por sobrevivir; ante esa realidad no podemos cegarnos al igual que nuestros gobernantes que al parecer prefieren seguir viviendo en su burbuja.

No es admisible que 25 años después haya Carmelas, Leonildas, Demesias y muchas otras familias sin saber donde están sus seres queridos, sin saber dónde buscarlos, sin tener donde llorarlos, dolor que se profundiza aún más por la injusticia.

No podemos ser indiferentes ante preguntas que sí tienen respuestas, pero que simplemente no son resueltas por el afán de encubrir a un grupo de personas que en lugar de proteger a sus prójimos se ensañaron contra ellos.

No podemos permitir que los familiares sigan preguntándose si algún día habrá justicia, construyamos un espacio en el cual campesinos, militares, blancos, negros, serranos, costeños y selváticos podamos hablar el mismo lenguaje, el lenguaje de la JUSTICIA.

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