I
Si seguimos al pie de la letra lo escrito por el hoy olvidado
Ricardo Martínez de la Torre – hombre de confianza de José Carlos Mariátegui-
fue el 7 de octubre de 1928 que 9 ciudadanos, dirigidos por el Amauta, sentaron las bases de lo que según su
ideario, programa y sustento de clase, debía ser el partido del proletariado
peruano. La reunión fue en Barranco, en la casa de Avelino Navarro, uno de los
obreros comprometidos en el proyecto,
luego de que días antes – el 16 de setiembre para ser exactos- en la playa de
La Herradura, se acordara dar ese paso trascendental.
85 años han pasado de aquel suceso. Desde esa fecha y sobre
todo después de los años 60 del siglo pasado,
se multiplicaron los
destacamentos marxistas que reclamaban la paternidad del Amauta. En la
actualidad, sin embargo, en medio de la crisis que vive la izquierda, se ha
diluido bastante la presencia y las discusiones interminables de los sectores
que de diferentes formas se proclamaban los únicos herederos. No faltando
quienes de una manera abierta o soterrada ya le dijeron adiós a Mariátegui.
Hay que reconocer, además, que a nivel internacional el
marxismo no las tiene todas consigo. La embestida ideológica y política de la
burguesía, con la emergencia del neoliberalismo y la desaparición del bloque
socialista, ha sido y sigue siendo feroz; aunque es importante anotar que con
la crisis del capitalismo mundial se ha debilitado la omnipotencia de esa
escalada al mismo tiempo que desde diferentes puntos del orbe se levantan y
afirman voces colectivas que
reafirmándose en el marxismo se incorporan, desde la teoría y la práctica, a
apuntalar las luchas de los obreros y de los pueblos sometidos a la explotación
y opresión del capitalismo salvaje.
II
Desde esa perspectiva, en el Perú hay quienes piensan, a
propósito de los 85 años de fundación del partido del proletariado, que una
fecha de tanta trascendencia, no puede ser convertida en un ritual; que es
urgente repensar el legado del Amauta para ubicarlo en su dimensión exacta, cara a la realidad
económica y social, mundial y nacional que le tocó vivir- lejos por tanto de
las camisas de fuerza de diferente color en las que se encorsetó o desdibujó su
pensamiento y su praxis- tratando en ese
esfuerzo de encontrar los hilos conductores de un nuevo accionar en el
presente, lastrado por la crisis de los partidos y del propio quehacer
político.
Si del partido del
proletariado se trata, nadie mejor que
Carlos Olazo Sillau, estudioso del tema, para darnos luces sobre la concepción
y el trabajo concreto de organización que Mariátegui desarrolló para fundarlo y
buscar enraízarlo en las masas. Desde una nueva lectura de los textos mariateguistas
Olazo reitera que la génesis del partido fue el resultado de un proyecto político
totalizador que el Amauta trajo en cartera a su regreso de
Europa, pero que se nutrió también de la propia experiencia que Mariátegui
había acumulado antes de su viaje al viejo mundo. El objetivo central, dice
Olazo, era dar vida al socialismo peruano.
En ese proyecto el partido era la viga maestra. No se trataba
de reeditar viejas prácticas de caudillos y grupúsculos divorciados de la
realidad peruana y de la lucha de clases que se desarrollaba en su seno. Esa
realidad había que conocerla, como era imperioso estar al tanto de la dinámica
del capitalismo a nivel mundial, de la cual la formación social peruana formaba
parte, en condiciones de semicolonialidad. Estudios todos que deberían
constituirse en materiales fundamentales de educación de la clase obrera, en
especial de su vanguardia; como efectivamente Mariátegui en persona comenzó a
hacerlo desde la Universidad Popular Gonzáles Prada, al poco tiempo de volver a
pisar Lima, desde el célebre rincón rojo del jirón Washington, o a través de
publicaciones como Labor o Amauta y los múltiples escritos que auspició.
Sobre el estudio de esa realidad concreta, históricamente
determinada – los 7 Ensayos son el producto de ese análisis- Mariátegui modela
el partido. Nada más lejos del Amauta que el
aplicar acríticamente la experiencia marxista, en particular lo vivido y
escrito por Lenin en diferentes coyunturas de la revolución rusa, como tampoco
la de hacer recetas de las resoluciones y conclusiones de la Internacional
Comunista. El partido no debía ser
calco, ni tampoco copia de los partidos comunistas existentes en el mundo.
Para Olazo, el 7 de octubre de 1928 Mariátegui con sus 8 compañeros
– Navarro, Borjas, Hinojosa, Portocarrero, Martínez de la Torre, Regman, Luciano
Castillo y Chávez León- dieron vida a un Comité que se inscribía en un proceso
que tenía un gran norte: “dar vida a un
partido de masas y de ideas”, como el mismo Amauta lo escribió.
Partido, siempre según Olazo, que debía constituirse en la
organización política de la clase obrera, en tanto que como clase debería
nuclearse en un partido independiente; al que deberían concurrir los obreros de
vanguardia, los campesinos, miembros de la pequeña burguesía, todos los cuales
asumían el marxismo como doctrina, método, moral y código de vida. En pocas
palabras: era la avanzada del pueblo, su vanguardia, pero estrechamente
enraizada en las masas, a las que influye, educa, organiza y dirige y a las que
dota de un programa para la conquista del poder y la construcción del
socialismo, pero que es capaz, asimismo, de formular propuestas creativas,
innovadoras ante cada problema nacional. En suma, un partido de ideas.
III
La ruta, lo repetimos, estaba trazada: la construcción del
socialismo, ajena a otras perspectivas, burguesas o pequeño burguesas. En ese
marco, las formas de hacer política tenían que ser renovadas. Ya en 1919, en
plena ebullición del movimiento de masas, Mariátegui dio muestra de la
responsabilidad con la que debería asumirse el trabajo político al oponerse a
la transformación en Partido de un Comité de Propaganda y Organización socialista,
del que formaba parte. Para el Amauta las condiciones sociales, políticas e
ideológicas no estaban dadas todavía como para dar ese salto. La vida le dio la
razón. El partido, formado a la criolla, epilogó sin pena ni gloria.
No debe por eso llamarnos la atención que en abril de 1928,
en el debate con Haya de la Torre, cuando éste sacó de la manga un llamado
partido nacionalista supuestamente formado en Abancay, Mariátegui marcara con
fuego la pantomima expuesta en un manifiesto. “Creo – escribió- que
nuestro movimiento no debe cifrar su éxito en engaños ni señuelos. La verdad es
su fuerza, su única fuerza, su mejor fuerza. No creo con Uds que para triunfar haya que valerse de “todos los medios
criollos”.
De esta forma Mariátegui tomaba distancia de la vieja
política que se sostenía, según sus propias palabras, en la “declamación caudillesca, la retórica hueca
y fanfarrona” que Haya de la Torre
estaba reeditando. “Tenemos que trabajar – escribió Mariátegui- por consiguiente, si queremos edificar algo sólido sobre bases
netamente socialistas. Si hay otros que quieren un método original,
pequeño-burgués, caudillista, perfectamente. Que vayan por su cuenta. Yo no los
acompaño ni los apruebo”.
En ese contexto, nada escapaba al enjuiciamiento político y
ético del Amauta: hasta el lenguaje debe adquirir una connotación diferente
para los que se reclaman del marxismo. Al respecto escribió: “A Haya no le importa el lenguaje; a mi,
sí; y no por preocupación literaria sino ideológica y moral. Si al menos en el
lenguaje político no nos distinguimos del pasado, temo fundadamente que, a la
postre, por las mismas razones de adaptación y mimetismo, concluyamos por no
diferenciarnos sino en los individuos, en las personalidades”
IV
La desaparición del campo socialista o del socialismo
realmente existente, como la propia existencia de Sendero Luminoso y los
errores de la izquierda que en el campo de la legalidad se reclamaban del
marxismo, han impactado negativamente en el desenvolvimiento de los
destacamentos que se siguen reclamando del Amauta. Hoy se nada contra la corriente
cuando ayer nomás se tenían las aguas a favor, y en este contexto, la parálisis
o la desorientación no son asuntos de poca monta. Se las observa en el día a
día de la izquierda peruana.
Son meritorios por ello los esfuerzos que se hacen por
reencontrarse con las luchas del pueblo peruano contra la embestida del
neoliberalismo; como destacables son los trabajos por dotar a ese movimiento de
una perspectiva de largo alcance que vaya más allá de la simple búsqueda del
cambio del modelo económico. La crisis del capitalismo mundial obliga a ese
reencuentro. En Mariátegui se encuentra una ruta, una guía, para reengancharse
con la utopía, con el sueño socialista de los años 70.
Ya lo decía el viejo Hobsbawm en sus reflexiones sobre la
crisis del socialismo realmente existente y las posibilidades de retomar el
sueño socialista: “El fracaso del
socialismo soviético no empaña la posibilidad de otros tipos de socialismo”.
Lima, octubre de 2013
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