El desenlace de la crisis política a la que asiste el país no está plenamente configurado. La espectacular insurgencia de las masas ciudadanas en la última semana precipitó la caída del golpismo y la emergencia de un gobierno de transición, pero la última palabra no está dicha. La ultraderecha, la promotora del golpe, sigue viva y moviéndose en los intersticios del poder para recuperar el terreno perdido. La resolución del TC, que sigue dejando en el limbo aquel precepto constitucional que habla de la incapacidad moral permanente -que posibilitó la defenestración del presidente Vizcarra- es sin lugar a dudas una jugada que favorece a la reacción. Respalda a los golpistas del congreso, en tanto debilita el peso de los cargos en su contra; y asimismo deja una ventana abierta para que las fuerzas negras que controlan el cuchitril congresal pongan contra la pared a la administración Sagasti. En tanto que las instancias mediáticas controladas por esa derecha avanzan en desacreditar a Sagasti y a su gabinete para quitarles piso, al mismo tiempo que satanizan el movimiento democrático de las juventudes y la ciudadanía en la búsqueda de su debilitamiento y posterior derrota.
DOS
La caverna intuye la proyección política de esa insurgencia democrática. Quiere liquidarla, a como de lugar, desfigurarla, quitarle filo. Ahora se sabe, por ejemplo, que antes de la caída del golpismo encaramado en el ejecutivo, se amagó una salida sangrienta: la represión iba a estar a cargo de las Fuerzas Armadas, que en un contexto de estado de sitio golpearían inmisericordemente el movimiento, encarcelando a todo sospechoso de estar comprometido en la dirección de la asonada. Las Fuerzas Armadas se negaron a cumplir con ese encargo siniestro. No ocurrió lo mismo con las fuerzas policiales. La revelación de que fue el mismo Merino el que dio la orden de reprimir violentamente a los manifestantes encaja perfectamente con el plan. Las cosas, sin embargo, no salieron como la habían pensado. Empero, el revés de la ultraderecha no ha cancelado su objetivo de desarmar el movimiento, a las buenas o a las malas. Apuestan a ello, saben que pueden lograrlo, mañas le sobran.
TRES
El futuro del país, de su cambio, de su renovación, está en la fuerza de esa insurgencia ciudadana. Por lo pronto, los candidatos de la derecha para las elecciones del 2021 han puesto las barbas en remojo. Esa fuerza, en cantidad y calidad, es lo nuevo que asoma en la confrontación contra un orden de cosas enmohecido y trasnochado. Todos los sectores que en la actual situación apuestan por un cambio real, que niegue la podredumbre moral, la muerte que nos ha traído la pandemia, la crisis económica con sus secuelas de hambre, desempleo y miseria, el ninguneo y olvido de nuestras poblaciones andinas y amazónicas, arrinconadas por el extractivismo capitalista y depredador, todos esos sectores, decíamos, deben cuidar esa insurgencia como la niña de nuestros ojos. Y la primera condición para protegerla es entender a cabalidad las características novedosas que nos trae el levantamiento juvenil.
Medir sus potencialidades o limitaciones con raseros librescos o dogmáticos, sería la demostración cabal de que no hemos aprendido nada. La llamada generación del bicentenario se mueve bajo coordenadas propias de los tiempos de la revolución digital, donde el celular y las redes sociales constituyen los vasos comunicantes que otrora jugaban la prensa, el volante, el agitador, el cuadro político destacado al último confín del país.
En los tiempos que corren, basta un mensaje para que en segundos se multiplique por diez, cien, mil...rebotando de un lado a otro, a lo largo y ancho del país., La lucha de ideas, la persuación ideológica, la programación de un desplazamiento de masas, todo ello se da ahora principalmente a través de la redes sociales. En este sentido, la gesta democrática de las últimas semanas ha sido una de las primeras batallas digitales entre los viejo y lo nuevo.
¿Significa ello que los partidos políticos se han convertido en antiguallas? Si siguen pensando y actuando como en los tiempos viejos, predigitales, es evidente que si. Pero si en consonancia con los tiempos turbodigitales que corren, esos partidos, sobre todo los de la izquierda, se han revolucionarizado internamente, entonces su inserción nueva y democrática en el seno de las masas está asegurado. Siempre y cuando, además, esas nuevas formas de relacionarse con los diferentes sectores sociales les permita a esos partidos conocer mucho más de cerca las necesidades más sentidas de nuestros pueblos, sus realidades económicas, sociales, culturales, sus aspiraciones, sus propuestas de cambio, sus sueños, para que la agenda de cambios, del presente y del futuro estén debidamente sustentadas en la participación democrática de esos sectores sociales.
CUATRO
Finalmente, no perdamos de vista otro hecho. El levantamiento ciudadano y juvenil de la última semana obedeció sin duda al hartazgo, a la indignación, al rechazo, del estado de cosas reinantes en el país, que la pandemia destapó; estados emocionales que fueron acumulándose a lo largo de estos meses, y cuyo desembalse se produjo con el golpe congresal contra Vizcarra. Fue una reacción violenta, instántanea, como el puñetazo de Carlos Ezeta al acciopopulista Burga, uno de los promotores del golpe. En el desarrollo del movimiento, en las calles mismas, esa reacción multitudinaria de los jóvenes fue ganando en calidad, alumbrando las primeras manifestaciones políticas. No se peleaba por el regreso de Vizcarra, al contrario se tomó distancia de él, mientras las baterías se enfilaron contra el golpismo representado por el usurpador Merino. Las consignas de ¡Ni con Merino ni con Vizcarra¡ ¡Que se vayan todos! , o finalmente las exhortaciones a una nueva Constitución, evidenciaron ese proceso de avance cualitativo. Las masas populares no solamente habían dejado de guardarse los puños en los bolsillos, ahora los levantaban en alto, y cada vez con mayor energía y proyección.
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