Acaba
de morir Javier Alva Orlandini, bien se ha dicho, uno de los líderes
históricos de Acción Popular (AP). Ni bien se conoció la noticia, en las
redes sociales comenzaron a multiplicarse los elogios y los ditirambos a
quien llegó a ser presidente del TC, además de connotado congresista.
Creo que en un país como el nuestro, donde se ha hecho crónica la crisis
de los partidos políticos, el deceso de Alva puede servir para ensayar
evaluaciones que nos lleven a entender las raíces de nuestra precariedad
política, como los aparentemente inexplicables bandazos de dichas
organizaciones.
Debe saberse que Acción Popular, el partido que
hoy posee una importante bancada congresal, como posicionamientos
edilicios nada desdeñables, no es el mismo partido que emergió
inmediatamente después de las elecciones de 1956. En estos años, el
Frente Nacional de Juventudes, la matriz de AP, que lideró Fernando
Belaúnde Terry, emergió como un conglomerado político que aspiiraba a
cambiar radicalmente el país. Quien se tome la molestia de revisar el
programa fundacional de AP, se llevará más de una sorpresa. No solamente
abanderó la lucha antidictatorial, democrática de esos años, además
prometió canalizar reivindicaciones sustanciales para esos tiempos:
Reforma Agraria, nacionalización del petróleo, industrialización del
páis. En la mira estaban la vieja oligarquía y el gamonalismo de horca y
cuchillo que controlaban el poder.
Cuando en 1963 AP llega
finalmente al gobierno, había perdido ese filo auroral, del programa
inicial no quedó nada, y en su volteretazo histórico llegó a aliarse con
las fuerzas políticas que representaban el rancio conservadurismo y la
reacción extrema con el Apra a la cabeza.Tan es así que de ser un
partido en cuya emergencia - como Frente de Juventudes- había coincidido
con el Partido Comunista de esos años, pasó a ser una organización
visceralmente anticomunista. Aplastó sin misericordia los alzamientos
guerrilleros de 1965, se desataron persecuciones contra las fuerzas de
izquierda, se prohibió el viaje a los países socialistas e incluso se
ordenó la quema de libros "comunistas".
Alva Orlandini, como
ministro de gobierno fue el operador directo de tan antidedemocráticas
políticas. Juan Mejía Baca, el extinto librero, en su texto "Quema de
Libros, Perú,1967" dejó para la posteridad un apasionado testimonio de
esa incineración, repudiada por el mundo de la educación y la cultura,
dentro y fuera del país. La insurgencia de los militares en 1968, no
puede explicarse al margen de ese retroceso histórico de AP. Las
reformas velasquistas, las más radicales, enfilaron justamente a
resolver reivindicaciones económicas y sociales que unos y otros
partidos de la derecha - incluido AP con sus líderes históricos- habían
dejado para las calendas griegas, en defensa justamente del orden
establecido.
Cuando en 1968 AP volvió al poder lo que hizo fue
sencillamente encarrilar constitucionalmente el desmontaje de las
reformas militares, - que el general Morales Bermudez había impulsado
desde 1975 en la segunda fase del militarismo- para gusto y regusto de
la burguesía nativa, que con operadores políticos de la talla de
Belaúnde, Ulloa y Alva Orlandini, recuperaron plenamento el mando del
país.
En resumen, de ser un partido que inicialmente expresó los
intereses reformistas, radicales, de los trabajadores de la ciudad y el
campo, de estudiantes, intelectuales, e incluso algunos sectores
burgueses, AP, en el fragor de la lucha política devino en una
organización abiertamente derechista, entreguista, antipopular y
ferozmente anticomunista. Del viejo partido hoy no queda nada, es una
organización del orden. Salvo que ustedes crean que jugadores de la
talla de Diez Canseco, Vitocho o Barnechea, los mangoneadores, estén
realmente al lado del pueblo, de los olvidados de siempre. Lo que no
significar negar que el seno de ese conglomerado no existan sectores y
personajes que quieran marcar la diferencia.
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