PASABA PIOLA
El general Francisco Morales Bermudez estaba pasando piola. Refundido en los clarooscuros de sus noventa calendarios, apapachado por una burguesía que no termina de darle las gracias por haberle devuelto el poder en 1980 luego de una transición monitoreada por el gran capital, y blindado por una historia oficial que suele mirar la realidad con un solo ojo, el citado general, que lideró la llamada segunda fase de la dictadura militar peruana (1975-1980) consideró que ya nada podía alterar la paz de sus inviernos. No contó con la astucia de un juez argentino que lo ha devuelto a la primera plana de los diarios del mundo al pretender sentarlo en el banquillo de los acusados por haber involucrado al estado peruano en el siniestro plan cóndor, con el que las dictaduras militares latinoamericanas de entonces reprimieron brutal y coordinadamente a sus opositores.
Esa historia oficial no consigna que el general Bermúdez fue un golpista contumaz, además de ser un felón. Acompañó al general Juan Velasco Alvarado en el golpe de octubre de 1968, que defenestró al presidente constitucional Fernando Belaúnde Terry, de cuyo régimen Morales había sido ministro; pero además, en agosto de 1975, echó de Palacio al general Velasco, dando curso a la llamada segunda fase del gobierno militar que se caracterizó por el desmontaje de las reformas de la primera etapa, el reposicionamiento económico y político del gran capital, que a través de sus partidos (APRA y PPC fundamentalmente) viabilizaron la vuelta a la democracia burguesa para taponar ideológica y políticamente el levantamiento del pueblo.
La dictadura moralesbermudista hizo uso de todos los resortes del estado para detener el ascenso del movimiento de las masas: mató, persiguió, torturó, deportó, encarceló, despidió, y satanizó a ese pueblo y a sus dirigentes. Los paros nacionales y la movilización de las masas fueron las armas de los pobres de la ciudad y el campo, que lentamente, combate tras combate - por lo menos sus sectores más avanzados e intermedios- fueron pasando de la lucha económica a la lucha política hasta que la consigna ¡Abajo la dictadura militar! agarró fuerza y el movimiento se hizo indetenible.
En esos 5 años el SUTEP se llenó de gloria, los Frentes de Defensa de los Intereses del Pueblo y las Rondas Campesinas demostraron en la lucha que estaban para cosas mayores, y la izquierda se puso los pantalones largos al calor de esos combates. Lamentablemente, el restablecimiento de la democracia burguesa a partir de 1980 canalizó esas fuerzas en otra dirección: el parlamentarismo obnubilaría el horizonte de esa izquierda.
La gran burguesía peruana y el capital foráneo, han blindado, blindan y blindarán siempre al general Morales Bermudez. En primer lugar porque se sacó de encima a los reformistas militares que entre 1968 y 1975 les dieron más de un dolor de cabeza; en segundo lugar porque restableció el poder político de esa burguesía, cuyos partidos, a través de la Asamblea Constituyente y de las elecciones presidenciales de 1980 pudieron estar nuevamente en su salsa: la democracia burguesa; y tercero, lo más importante desde un punto de vista estratégico, porque políticamente capeó el temporal de unas masas que a través de la lucha habían comenzado a pensar seriamente que era posible alcanzar el cielo.
Finalmente, que el dictador Morales Bermudez sea sentado en el banquillo de los acusados para responder por sus crímenes políticos dependerá del propio pueblo. El general ya habló y ha dicho que prefiere que lo juzguen los tribunales peruanos, aquí se siente seguro, ya algunos políticos han comenzando a hablar de prescripción del delito o de sus 90 años; olvidan estos señores que para los delitos de lesa humanidad no hay prescripción ni siquiera por edad, de lo contrario Pinochet no hubiera sido detenido, ni Videla estuviera purgando cárcel. El pueblo y sus organizaciones deben tomar hoy la palabra.
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