Oscar Díaz Chávez
Es grato encontrar en el medio donde uno colabora asuntos de interés mutuo tratados con altura y ponderación, aún con las simpatías y expectativas que se tengan. Se hace más acogedor el ambiente para el diálogo que intercambie pareceres diversos en relación a un tema, la Izquierda, su ubicación en el escenario de la política nacional.
Partiendo porque el tratamiento a la problemática de la Izquierda debe ser abordada con amplitud de miras, en la perspectiva de su posibilidad y responsabilidad en la lucha por la transformación del país, lo recomendable es no caer en el coyunturalismo, en la reducción del análisis a lo inmediato, por ricos que sean sus elementos componentes, puesto que son los antecedentes históricos, sus consecuencias y derivaciones las que han abierto conductas y posiciones como las que hoy motivan atención.
Así, es entendible que la crisis de la izquierda sólo puede ser superada si retoma valorativamente sus mejores tradiciones, si revisa críticamente sus procedimientos de unidad y acumulación social y política, rehaciendo sus fuerzas desde las bases productivas y sociales, redefiniendo sus políticas y estrategia, corrigiendo errores dogmáticos o de seguidismo a esquemas y experiencias distintas a nuestra realidad. Es decir, un proceso de formas y contenido que a la vez de enmendar rumbos, visiona al futuro e involucra a las nuevas generaciones.
A todos estos propósitos deben servir, pueden aportar, la intelectualidad y academismo que se encuentra entre las filas de la izquierda. Toda inteligencia será útil para contribuir a dotarla de capacidades en el discernimiento de información, cualificar su educación y moral, sus métodos de análisis y aplicación de políticas y estrategias que las nuevas condiciones del país y el mundo requieren para el accionar político y social. Pero no para hacerla capilla exclusiva de allegados y/o seguidores, ni sustituirla, o a su nombre catapultar encumbramientos personales haciendo compromisos políticos inconsultos, como ya han hecho costumbre conglomerados de personajes con nombradía propia pero no necesariamente representativos de la voluntad y decisión del espectro social que conforma la izquierda y su identidad popular.
Si las cosas se vienen dando así es porque los grupos residuales de la implosión de la izquierda de antaño se otorgan la licencia de “representarla” y negociar decisiones de diverso interés. Cuestiones en las que no necesariamente están de acuerdo ni se sientan obligados a seguir o acatar muchos mílites o identificados con los principios siempre enarbolados por la izquierda. La ruptura y dispersión orgánica son, entre otras, resultantes del sectarismo grupista y seguidismo a lineamientos externos que caracterizaron épocas previas, generando desorientación en la continuidad de su activismo y opciones individuales en el accionar político de muchos cuadros políticos. La confusión y pérdida de perspectivas ha facilitado la erosión principista, que conduce al utilitarismo portátil tras opciones populistas que emergen en las crisis políticas nacionales y procesos eleccionarios.
La “izquierda” gobiernista, cuya autoproclamación duró hasta hace pocos días, no es La Izquierda toda: la atomizada, dispersa, incrédula, desconfiada, subsumida en los avatares de su lucha existencial; la que insurge anónima en las grandes gestas como la Marcha de los Cuatro Suyos, la que da su voto a impedir la vuelta del oprobio que prohijaron Fujimori y Montesinos. Se trata de La Izquierda que debe rehacerse para conquistar el espacio político para el pueblo, a partir de un claro y firme trabajo de Convergencia Popular orientado a recuperar y fortalecer la organización social para legitimar su representatividad, para institucionalizar su reconocimiento frente al poder político y económico. (Seguiremos con el tema).
RINCÓN DE VOX /Espacio Político para el Pueblo
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