Las preguntas las solté en una reunión de viejos camaradas de armas y municiones: ¿En el Perú habrán todavía luchadores sociales? ¿No constituirán acaso una raza en extinción?
Las interrogantes me las estaba formulando desde que vi a Armando Villanueva del Campo, a un tris de los 100 años, presentando un libro autobiográfico, elaborado al alimón con el historiador Pablo Macera; pero inquietudes que se hicieron más firmes al saber que Genaro Ledesma Izquieta, el veterano líder del FOCEP ya está en los 80 años, un poquito menos que César Lévano, hoy director de La Primera, pero con quien seguramente ha compartido más de un canazo, un destierro, una persecución, o una andanada de palos, improperios y satanizaciones de toda naturaleza
¿Motivos? Pues el de ser simplemente consecuentes con sus ideales de bienestar y justicia social, de pelear, desde muy jóvenes, por esa idea-fuerza lanzada por José Carlos Mariátegui de un Perú nuevo dentro de un mundo nuevo, a la que siguen aferrados con uñas y dientes, cuesta arriba, como en sus años juveniles.
Aunque el viejo Villanueva proceda de otras canteras, también tiene una hoja de vida de privaciones y persecuciones generadas por su pasado montonero. Por ahí todavía circula un documento de colección: su ficha de requisitoriado por la justicia peruana, emitida una y otra vez por los esbirros policiales de una vieja oligarquía que puso fuera de la ley al APRA en los años posteriores a la insurrección de Trujillo de 1932, que a Villanueva y otros dirigentes apristas les costó duros años de rigurosa clandestinidad, prisión o destierro. Aunque su situación varió radicalmente luego del reencuentro entre los antagonistas de antaño, años de convivencia y superconvivencia los llamaron los analistas, al “zapatón” nadie le quita lo bailado…
Lamentablemente, la política es hoy sinónimo de decrepitud moral, de falencia ética. Llegar al parlamento es el objetivo, para jurar por dios y por la plata, aunque el Perú se remate al mejor postor y sus pueblos se debatan en la miseria o en la ignorancia. Han pasado los tiempos de la política como apostolado social; quehacer al que se llegaba desde la escuela, el colegio, la universidad, la fábrica, la hacienda, la comunidad campesina, o sencillamente desde la poesía, la narración o el periodismo. No se pedía nada a cambio, con los ideales, el programa, la utopía, los sueños libertarios se templaba el acero que iba a transformar el mundo. Las masas, su educación y organización, su movilización y adiestramiento político, estaba por encima de todo.
Y ahí estaba el líder, el luchador social a tiempo completo, o quitándole horas a la profesión, al estudio, a la familia… siempre sumando fuerzas, moviéndose como pez en el agua en el trabajo abierto o cerrado, sorteando soplones, emboscadas, jugándose el pellejo mañana, tarde y noche. Creo, en este sentido, que hay otro libro de la verdad por escribirse: el costo social de lo conquistado hasta ahora en términos de democracia en el Perú, de libertades políticas, de derechos sociales, de respeto a las diferencias… En nuestro país nada de ello ha sido cedido gratuitamente, donde sus clases dominantes han sido y siguen siendo profundamente antidemocráticas.
Por eso es que pensamos que sin bien es cierto que estamos asistiendo al eclipsamiento, por razones naturales, de no pocos epígonos de esa raza de luchadores sociales del movimiento popular peruano, no es menos cierto que mientras existan condiciones sociales y políticas para su existencia - como diría el poeta: ¡hay hermanos muchísimo que hacer!- del mismo seno de las masas surgirán sus defensores, dispuestos a tomar la posta que están dejando personalidades como las arriba señaladas.
ALBERTO MOSQUERA MOQUILLAZA, del cuartel primero de Lima, escribe y comenta sobre cultura y vida...
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