domingo, 26 de octubre de 2014

GARDELITO

Lo conocí en el Queirolo, un boliche pisquero ubicado en el distrito limeño de Pueblo Libre. Llevaba ya unos piscos encima, bien acompañados con sus quesos y jamoncitos,cuando escuché su poderosa voz. El hombre había enganchado a la gente con Caminito, un viejo tango de Gardel que los propios gardelianos del río de La Plata habrían aprobado sin discusión.

En pocos minutos dejó a Gardel para continuar con el viejo Sosa y su eterno Cambalache;  siguió con Hugo del Carril y su imperdible Adiós muchachos, para terminar su periplo rioplatense mandándose Malena, deGoyeneche, el cantor que en Buenos Aíres – según la leyenda urbana- cantaba mientras manejaba un ómnibus del servicio público, haciéndolo con tanto éxito que un buen día terminó en una disquera, para felicidad de los que iban a constituir sus millones de seguidores.

Todos lo llamaban Gardelito. No tanto porque fuese Gardel el cantante al que con mayor pasión interpretaba, sino por su tamaño y contextura esmirriadas que contrastaban con su estentórea voz .Pero además, creo, lo llamaban así por la vestimenta que portaba, estrafalaria para Lima, pero no para los clásicos habitúes de los boliches porteños:  saco, pañuelo verde al cuello y sombrero de paño. Hasta su hablar, si no me equivoco, se había argentinizado para darle mayor realismo a sus presentaciones.

Ver y escuchar a Gardelito en el Queirolo, fue quizá un aliciente más para caer los viernes por esa catedral del pisco - ¡Una res! ¡Media res!- y dejarle al hombre unos cuantos morlacos para ayudarlo a cultivar ese cancionero gaucho que encandiló a nuestros abuelos y padres, pero que en la voz del trovador nocturno volvía a electrizar a sus oyentes.

Un buen día cambié de aíres bohemios y dejé el Queirolo, por ende, dejé de escuchar a Gardelito.Prácticamente lo había olvidado cuando inesperadamente volví a darme con él en un córner de Lince que exactamente funcionaba en lo que se llamó Comercial Risso.  Para mi sorpresa, Gardelito estaba programado en una noche tanguera al que concurrían cultores argentinos y uruguayos, cada cual con una voluminosa hoja de vida artística.

Fue una noche fabulosa. Gardelito no se dejó pisar el poncho. Casi con la misma indumentaria del Queirolo – únicamente había cambiado el pañuelo- se batió como los buenos, ante el aplauso nutrido de la concurrencia, que mostró su entusiasmo por  los cantantes rioplatenses, pero que por razones obvias inclinó sus preferencias por el pequeño fanático de Gardel. Eran las noches triunfales de Gardelito.

Mucha agua había corrido bajo los puentes y mucho pisco por el Querolo, cuando prácticamente alejado de la nocturnidad bohemia, volví a ese boliche más con el ánimo de enchufarme un sánguche de jamón que la de empinar el codo. Ahí estaba Gardelito. Siempre delgaducho y la misma tenida aunque con el semblante un poco palido, que las luces del salón hacía más notoria.

Me disponía a escucharlo, obligadamente con un previo de pisco, cuando me di cuenta del drama. Gardelito ya no cantaba. Ahora iba de mesa en mesa, suplicando ser escuchado para entregarte al oído una de las canciones que lo hicieron famoso. Ya  ni cantaba, no podía hacerlo, tampoco puedo decir que recitaba la letra tanguera, simplemente te la transmitía, muy penosamente por cierto.

Del viejo payador no quedaba ni la sombra. Quizá solamente la tenida de compadrito bonaerense.

No hay comentarios:

Publicar un comentario